La revolución ibérica de Trotski

La editorial Reino de Cordelia reedita 'Mis peripecias en España', el libro en el que el político ruso relata sus vivencias en el país · El autor describe en rápidas pinceladas el ambiente cosmopolita de Madrid y Cádiz

Joaquín Rábago

01 de abril 2012 - 05:00

Un año antes de la revolución bolchevique, en la que tan importante papel iba a desempeñar, y tras huir de Siberia, donde había sido desterrado por predicar la "revolución permanente", el ruso Lev Trotski (1879-1940) estuvo dando tumbos por Europa, vigilado por la policía de varios países, que, oportunamente avisados por los agentes del zar, recelaban de sus actividades en círculos anarquistas y socialistas. Expulsado de Alemania por francófono y de Francia por su supuesta germanofilia, Trotski se vio obligado a abordar un tren en París con dirección a España, donde pasaría varios meses antes de embarcarse en Barcelona con dirección al Nuevo Mundo.

Durante su accidentada estancia en España, cuyo idioma aquel políglota, sin embargo, no conocía, Trotski fue tomando una serie de notas, fruto de sus observaciones, que, olvidadas durante unos años "en el torbellino de la revolución y la guerra civil" rusas, como él mismo explica, y tras cruzar el Atlántico en ambas direcciones, verían finalmente la luz años más tarde. Le animó en 1924 a publicarlas su amigo el gran crítico Aleksandr Voronski, a la sazón director de la mejor revista literaria mensual de la URSS, y otro amigo, el marxista español Andrés Nin, fundador del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), las traduciría al español con el título de Mis peripecias en España.

Aquel librito, publicado originalmente en 1929 y prologado ahora por José Esteban, acaba de reeditarse, con las divertidas ilustraciones originales de K. Rotova en la editorial Reino de Cordelia. El propio Trotski explica así sus circunstancias: "No viví en España como investigador u observador, ni siquiera como turista en libertad. Entré en este país como expulsado de Francia y residí en él como detenido en Madrid y como vigilado en Cádiz, en espera de una nueva expulsión".

Sus deliciosas páginas rebosan de ironía y un humor que recuerda a los grandes maestros rusos como Gogol, y el mismo autor reconoce con excesiva modestia que, sin ese condimento, la historia de sus aventuras en nuestro país sería incluso para quien las vivió difícil de digerir. Nada más lejos de la realidad. El libro está escrito en un estilo muy espontáneo, que podríamos calificar de impresionista, de frases breves, centelleantes. Basten un par de ejemplos: "En una garita del parque de Cádiz. Cae la tarde. Brisa suave. Las palmeras están nerviosas. Casas blancas y salientes dentados (…)". Y algo más adelante: "Se hace de noche. Castillete con barandillas de hierro, como puente de capitán en el océano, hierve la espuma en la oscuridad (…). Resbala sobre las aguas la luz del faro".

Trotski describe en rápidas pinceladas el ambiente cosmopolita que se respira en Cádiz durante la Primera Guerra Europea, un conflicto del que "no hablan" los periódicos locales como si no existiese. El revolucionario ruso observa la lentitud del progreso en la Península Ibérica y escribe: "Ya no hay Inquisición, ya no se quema en las hogueras, pero en Cádiz hay un periódico, El Correo de Cádiz, que aparece con censura eclesiástica".

El revolucionario ruso demuestra en todo momento una gran curiosidad intelectual. Lee y comenta libros sobre la libertad de los mares y del comercio, y se muestra muy sarcástico con los ingleses, de los que asevera, al igual que Maquiavelo de los venecianos, que "sus tratados de paz son más funestos para sus vecinos que el avance de sus ejércitos".

Interesado profundamente en la Historia, se refiere a la expulsión de los jesuitas por Carlos III y, tras la lectura de un libro del representante de Prusia en Madrid, el coronel Schepeler durante las guerras napoleónicas, habla del rey felón, Fernando VII, de su cobardía, su doblez y su traición a los liberales de las Cortes gaditanas, pero ve que no son esos rasgos exclusivos de aquel monarca sino que "el embuste y la maldad de los gobernantes actuales presentan rasgos bastante uniformes".

Antes de ser conducido por la policía española a Cádiz, ciudad cuyo nombre "sonaba a mis oídos como algo exótico", Trotski se ve obligado a pasar algún tiempo en Madrid, donde tiene ocasión de conocer por dentro la Cárcel Modelo. A diferencia de lo ocurrido en Francia, donde la policía se limita a vigilar sus pasos, en el país ibérico es detenido y cuando pregunta por las causas de que el Gobierno español no le tolere en su territorio escucha esta explicación del jefe de policía: "Las ideas de usted son demasiado avanzadas para España". Sus impresiones del ambiente madrileño y de los españoles son realmente deliciosas: "En la Puerta del Sol -anota- hay una verdadera fábrica para la limpieza del calzado. Docenas de hombres y mujeres hállanse sentados en dos filas y a sus pies, dos filas de limpiabotas".

Por la ciudad circulan muchos asnos, escribe también, y "los curas fuman abiertamente en la calle". Trotski se percata asimismo del desconocimiento de otros idiomas de los españoles. Algún policía se limita a preguntarle: "Parlez-vous français?", y ante la respuesta afirmativa del detenido, continúa dirigiéndose a él en castellano porque su francés no da para más.

En la Cárcel Modelo, donde deja para la posteridad, como él mismo escribe en el prólogo, "la impresión de todos mis dedos de mis manos derecha e izquierda", existen celdas de pago y gratuitas: las de pago se dividen en dos categorías, las primeras cuestan 1,50 pesetas por día, las segundas, la mitad. Y él lo explica irónicamente así: "¿Por qué debería existir igualdad en la cárcel en una sociedad basada en la desigualdad?".

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