cuando éramos ricos
De libros
Guelbenzu retrata en 'Mentiras aceptadas' los conflictos de un hombre con un hijo próximo a la adolescencia en la España de 2005, "cuando corría el dinero y había trabajo para todos"
"Porque yo tengo muy claro, Gabriel, que estoy donde está el dinero. Ni ideologías ni hostias, eso se quedó donde se tiene que quedar". Suelta la frase Mario Pescador, "correveidile del mundo del espectáculo, cronista de la cultura rosa para un periódico de la capital y víbora oficial en el cielo de estrellas y luceros del escalafón de la fama", pero la podrían decir otros personajes que aparecen en Mentiras aceptadas (Siruela), la nueva novela de José María Guelbenzu, una obra ambientada en el año 2005, en esa "España por la que corrió el dinero abundantemente y en la que había trabajo para todos, en la que nos sentimos ricos y eso nos hizo ser insolidarios", resume el autor, que estos días ha presentado su libro con el Centro Andaluz de las Letras. "En la superficie es un año triunfal, pero por debajo se está pudriendo la estructura y se va a venir abajo el piso".
Guelbenzu (Madrid, 1944) habla en su obra de escándalos financieros y de arribistas sin escrúpulos, pero no quiere que la compleja red de vivencias que ha tejido se interprete como una radiografía moral de un tiempo. "Los personajes de mi novela están situados en un momento histórico, pero no es el momento histórico el protagonista de la novela", corrige, cansado de que "todos" le pregunten por la crisis, "¡como si los escritores tuviéramos algo que decir!", exclama. El eje de la narración es el conflicto de un hombre, el guionista Gabriel Cuneo, un tipo que se define a sí mismo como un manso y que está "confortablemente instalado en una sociedad media en la que se vivía bien. Lo que le pasa al personaje es que en un momento determinado toma conciencia, cuando se encuentra con que su padre, que es quien lo antecede en la vida, está muriendo de la enfermedad del olvido, y que el hijo empieza a tener un futuro por delante, que ya no es un niño. Ve al hijo metido en el mundo moralmente peligroso del dinero y empieza a pensar si no debe apartarlo de ahí", analiza el narrador y crítico literario. Quien encarna la ambición es Isabel, la ex mujer de Gabriel y madre del niño, casada con un prestigioso sociólogo gracias al cual se mueve en las esferas del poder, y que no tendrá reparos en entregarse a otro hombre que le puede reportar mayores beneficios. "Ella me interesa muchísimo. Me hubiera gustado poder desarrollarla más e incluso pienso que escribiría algún día una novela sobre ella", admite Guelbenzu, que explora los conflictos que tienen para educar a su descendencia los matrimonios separados, pero que sobre todo quería, subraya, "señalar que no existe vínculo más indisoluble en la tierra que el que se da entre padres e hijos, aunque sea un vínculo paradójico".
Gabriel, guionista de la serie televisiva El amo de su casa, sobre las tribulaciones de un parado -la ficción audiovisual española, opina Guelbenzu, "prefiere la comedia de barrio, la cosa costumbrista, al análisis en profundidad"-, empieza su transformación tras conocer dos tragedias: el atropello de un niño del que es testigo y el accidente de tráfico del protagonista de su comedia. Aunque Mentiras aceptadas "arranca con dos muertos que son premoniciones de que algo va a empezar a tambalearse", el humor es "fundamental" en el desarrollo de la trama, "para hacer avanzar una novela con tantos personajes".
No se ha inspirado Guelbenzu, que en este libro se aparta de la serie de novelas policiacas dedicada a la juez Mariana de Marco, en ningún caso real para contar el fraude del Banco Castellano de Negocios que se destapa en la historia. "Yo no soy un escritor de documentación. La novela es ficción, y dentro de ella la invención es crucial. No he tomado a mis personajes ni la anécdota de la vida real, aunque un escritor trabaje con la realidad", advierte. Y con el idioma: Mentiras aceptadas está escrita con una prosa excepcional. "El realismo español es muy barroco, pero el tiempo me ha enseñado que la mejor manera de quitarse ese barroquismo es la precisión", asegura sobre su estilo.
¿Hay esperanzas para un país en el que, como se sostiene en el libro, "los delincuentes triunfaban, los mentirosos eran creídos"? ¿Se producirá una regeneración moral? "El descaro con el que se miente impide pensarlo. Se cometen verdaderas barrabasadas y se dice que se está llevando a cabo un ejercicio de transparencia. Si la hay, esa regeneración va a ser un trabajo civil, no del poder, que no está dispuesto a reconocer que se ha equivocado y que se ha aprovechado de la situación". A Guelbenzu le preocupan los mensajes contradictorios que se están lanzando: "Historias como la sentencia del caso Malaya, por ejemplo", indica con pesar, "vienen a decir que quien no roba es tonto".
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