El saqueo de Córdoba

Bicentenario de La invasión francesa

Alfonso Alba

07 de junio 2008 - 05:00

El general francés Dupont no se molestó en llamar a las puertas de las murallas de Córdoba. Prefirió abrirlas a cañonazos. A las 14:00 del 7 de junio de hace 200 años, miles de soldados del ejército imperial de Napoleón se apostaban en la Cuesta de la Pólvora y en los alrededores de la Puerta Nueva. Venían manchados de barro, sangre y fuego. Hacía un par de horas escasas que habían vencido y puesto en fuga a un improvisado ejército de 20.000 cordobeses que intentaron defender su ciudad en el Puente de Alcolea. En sus caras se reflejaba el deseo de venganza y, sobre todo, de rapiña.

Córdoba estaba indefensa. Los soldados y milicianos huían despavoridos a la frondosidad de la sierra o al cobijo de los cortijos de Écija y Carmona por el Puente Romano y por la Puerta Osario. Mientras, una comisión municipal intentaba negociar la rendición de la ciudad. Pero antes de escuchar nada, Dupont y su caballo escalaban los escombros de Puerta Nueva, resquebrajada a golpe de cañón. Córdoba ya era Francia.

Los soldados franceses se desplegaron como una guerrilla por la ciudad, con la bayoneta calada. Mientras, el juez de paz Pedro Moreno, vecino de la calle Borja Pavón número 2, cargaba su fusil. Desde el tejado de su casa, el magistrado apuntó a Dupont cuando lo vio pasar. Disparó varias veces, pero sólo consiguió matar al caballo. Fue entonces cuando se desató la furia.

Según el relato de Miguel Ángel Ortí Belmonte, en su monográfico Córdoba durante la guerra de la Independencia, publicado en 1924, "la casa de Moreno fue tomada por asalto, después de una heroica lucha en la que murieron varios de sus asaltantes. El juez, su mujer, su hija y todos los habitantes de la casa fueron acuchillados, salvándose sólo una nieta de corta edad que un soldado sacó enganchada por la ropa en la bayoneta".

Dupont, sin contener un ápice su ira, ordenó que se tocase a rebato y que no se respetase ni a los ancianos, ni a las mujeres ni a los niños. Comenzó el saqueo de Córdoba, en el que durante tres días de desafuero y descontrol no quedó casa sin ultrajar ni mujer sin violar, según los testimonios del suceso.

Los 10.000 franceses se dispersaron por toda la ciudad, derribando puertas y matando a todo aquel que se le ponía por delante. Mientras, los 40.000 cordobeses gritaban horrorizados, corrían a esconder lo poco que podían y a intentar ocultar a sus mujeres e hijas. Los más valientes se enfrentaban a los soldados. Un par de militares del regimiento del Príncipe consiguieron contener a una turba de franceses en la Puerta del Puente. Duraron minutos y murieron cosidos a bayonetazos.

Del saqueo no se salvó ni el obispo, que tuvo que saltar la tapia del Palacio Episcopal para refugiarse en la finca aledaña. A pesar de ello, "fue alcanzado y pisoteado", según el relato de Ortí Belmonte. No se respetó nada ni a nadie. Los soldados violaron a las monjas en el interior de sus propias celdas. "Las hijas eran ultrajadas en presencia de padres y hermanos, y las esposas delante de sus maridos e hijos", añade Ortí Belmonte.

El salvajismo del saqueo fue tan enorme que conmovió a los propios oficiales del ejército francés. Dos días después de estos desmanes, el teniente coronel Clerc escribió de sus subordinados: "Los cerdos se comían los senos de las mujeres que habían recibido muerte en las calles". Córdoba se había convertido en un grabado de Goya antes de que el pintor aragonés viera con sus propios ojos los horrores de la guerra.

La rapiña se centró en las iglesias y monasterios, especialmente los femeninos. El primer templo en ser ultrajado fue el Santuario de la Fuensanta. Entre gritos y entre el horror de decenas de feligreses, la soldadesca napoleónica destrozó la imagen de la Virgen y se llevó hasta los copones del vino sagrado. El Santuario fue reconvertido en lupanar durante el saqueo. La Mezquita-Catedral fue despojada. Desaparecieron las dos coronas de oro de la Virgen de Villaviciosa. El Palacio Episcopal también fue saqueado. Los soldados se llevaron todos sus fondos, la plata de mesa, el báculo, los pectorales, los candelabros y todo el vestuario necesario para el obispo.

El importe del pillaje en Córdoba es incalculable. Según recoge Ramírez de las Casas Deza en su obra Anales de Córdoba, sólo entre el equipaje del general Dupont constaban cinco millones de reales -la mitad del presupuesto del Ayuntamiento de la época-, 11 kilos de perlas y un pectoral del obispo de Jaén. De las Casas Consistoriales, los franceses sacaron diez millones de reales y otros dos millones y medio más del Palacio Episcopal. En total, el ejército de Napoleón necesitó más de 800 carros para portar el enorme botín de todo lo saqueado en Córdoba.

Pero no sólo se llevaron el dinero y las joyas de los cordobeses. También se apoderaron de "toda clase de pertrechos de guerra", de vituallas y de caballos, "no dejando en la ciudad ni siquiera el del timbalero", explica Ortí Belmonte.

El vino también fue objeto de pillaje. Armados con hachas, algunos soldados irrumpieron en las bodegas con tal fiereza que muchos murieron ahogados cuando el fruto de Baco salió de forma violenta de los toneles. Según un informe del interventor del Ayuntamiento de Córdoba, durante el saqueo de la ciudad los franceses se bebieron 1.100 arrobas de vino y aguardiente de las tabernas oficiales del municipio, es decir, cerca de dos litros por cabeza. Borrachos de alcohol y codicia, no es difícil imaginar la imagen que relató Ramírez de las Casas Deza: "Las familias, casi sin comunicación, se hallaban consternadas al padecer y oír tantas violencias y horrores. Por todas partes no se veía más que franceses llevando reses muertas y cuartos de carne, cubas y cántaros de vino, sacando más de lo necesario...".

No fue hasta el cuarto día de la dominación francesa cuando unas cuantas compañías militares comenzaron a "restablecer el orden entre los cuerpos del ejército que estaban sumergidos en la embriaguez, la lascivia y los excesos más desenfrenados". Pero a ese cuarto le sucedió un quinto día, un sexto, un séptimo, un octavo y hasta un noveno. Mientras tanto, Andújar se había levantado en armas, en Sierra Morena los bandoleros aniquilaban una a una todas las patrullas francesas que se encontraban y el general Castaños partía con un ejército más ordenado contra el invasor francés. El día del Corpus de 1808, Dupont ordenó la evacuación de Córdoba. Los soldados, temerosos de la reacción del pueblo, huyeron despavoridos, agarrados al enorme botín que usurparon en la ciudad. Los cordobeses corrían tras de ellos y se unían a Castaños en busca de venganza.

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