La sublevación del idioma

Literatura

Llega a las librerías 'Escalas melografiadas', un volumen entre la prosa poética y el relato tradicional donde Vallejo anda a la busca de una nueva forma (oblicua) de decir el mundo

César Vallejo.

28 de marzo 2010 - 05:00

En César Vallejo podemos seguir cumplidamente la inmediata deriva del modernismo, de su palabra alta y enjoyada, que culmina en Rubén, al encrespado debatirse del idioma que se inicia con las vanguardias. De Los heraldos negros a Trilce median apenas dos años, y sin embargo, es la completa circunferencia del lenguaje la que aquí se recorre. Un año después, en 1923, se verán publicadas estas Escalas melografiadas, cuyo linaje mestizo, entre la prosa poética y el relato tradicional, viene agravado por esta nueva búsqueda de la palabra exacta, reveladora, inusitada, y en cualquier caso ajena a la razón, que luego adoptaría el nombre de surrealismo (Azorín, siempre tan meticuloso, prefirió el término de superrealismo). A lo cual se añade una misteriosa entidad ignorada al otro lado del Atlántico: lo autóctono, lo originario, la América precolombina.

Alguna vez se ha contado en estás páginas cómo Uslar Pietri, Miguel Ángel Asturias y Alejo Carpentier, trasterrados en París, dieron en el conocimiento de que las vanguardias de entreguerras no eran suficientes, no ofrecían herramientas para dar, en su colosal emergencia, la realidad apabullante y otra de aquellas tierras. Cinco siglos antes, era Hernán Cortés quien informaba al emperador Carlos de la imposibilidad de describir, con el escueto y parvo idioma de la península, aquél nuevo Paraíso hallado en Ultramar. Así, el Vallejo de Los heraldos negros utiliza el soneto, el influjo rubendariano, para traernos un Perú doméstico, el suelo familiar, la aldea remota, y no un friso de faunos y jardines versallescos, herencia de Verlaine. A ello se añade, como una fiebre radical, el brusco indigenismo en Trilce. Pero no un indigenismo culto, arqueológico, erudito, como ocurrió en los autores antes mencionados; sino el decirse torpe, insistente, de la lengua, en un vago infantilismo que lo penetra todo de una melancólica inocencia. De este decirse de la tierra y el hombre, en muda compañía, vendrá luego el Pédro Páramo de Rulfo. Una tierra, en cualquier caso, donde vivos y muertos cruzan su camino, y donde el hombre sabe que es hermano, deudor al cabo, del barro y la hojarasca.

En estas Escalas melografiadas, por otra parte, encontramos una de las constantes en la obra de Vallejo: el mundo carcelario, el poeta en presidio, fruto de su condena por unos altercados en Trujillo. De este modo, los primeros relatos aquí recogidos, se asoman a la franca irrealidad de quien sueña la vida tras los barrotes. Sueños de amor, de libertad, conmovedores sueños familiares, así como la tosca realidad de quien vive entre hombres sin fortuna y torvos matarifes. En Más allá de la vida y de la muerte, es sin duda el universo originario, rural, hecho al misterio, que más tarde se cimentaría en el "realismo mágico", lo que Vallejo prefigura inequívocamente. En Mirtho, sin embargo, será el tema del amor fou (recuerden el Nadja de Breton), así como el romántico asunto del doble, del gemelo, de la mujer idéntica y no obstante extraña, lo que adquiere una rara intensidad, agravada por un sombrío humorismo. Es decir, que en esta breve y significativa obra, añadida a su alta calidad literaria, se suman el estrépito de una evolución y el nacimiento, angustioso a veces, de una forma de decir el mundo oblícuamente, por sus quicios y fracturas.

Esa fue la ambición de las vanguardias, y el angosto sendero que transitamos en estas páginas. El unigénito es una historia de amor antigua, dicho en el idioma, también antiguo, del modernismo. No obstante, para llegar a esta parodia, antes había tenido que morir la verde evocación de una Grecia galante y dieciochesca, cantada por Rubén. En el año 23, año de estas Escalas melografiadas, era el vasto sumidero de lo inconsciente, de lo indecible, el vivo haz de las pasiones, lo que asomaba al siglo.

César Vallejo. Barataria, 2010, 116 páginas.

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