Recuerdos de una tarde de verano (II)
El indulto, hoy tan devaluado, ha sido justo con el animal en la corrida celebrada en Sanlúcar de Barrameda hace unos días tras una faena para recordar del diestro Pepe Moral
El verano sigue inclemente. La cercanía al mar mitiga no obstante el calor. El mercurio no alcanza los registros a los que estamos acostumbrados. Aun así, el bochorno se hace notar, eso sí, de forma distinta. El calor junto al mar es pegajoso, húmedo, también más llevadero, lo que se agradece. La brisa trae desde el mar aroma a gesta. Justo donde el Guadalquivir fenece, entregándose por entero al mar, se palpa el ambiente festivo y vacacional.
Quinientos años de la partida de la expedición, al mando de Magallanes, que circunnavegó por vez primera el planeta. Sanlúcar de Barrameda celebra la efeméride. La empresa que gestiona el coqueto coso del Pino ha querido sumarse a la misma. Ha programado una corrida que ha calificado como magallánica.
En el cartel, tres toreros conocidos en la zona. El jerezano Octavio Chacón, el extremeño afincado en Sanlúcar Emilio de Justo, y cierra la combinación el palaciego Pepe Moral. Los tres espadas se enfrentaran a un encierro de Victorino Martín, quien debuta en la localidad marinera. Un cartel bien rematado para la ocasión. Por todas las calles está presente. Ya sea en escaparates, en grandes paneles o en forma de gallardetes en las grandes avenidas. En España los toros van aparejados a la fiesta, así como la fiesta lo está a la tauromaquia.
La mañana del festejo el coso del Pino es un ir y venir de gentes. Aficionados, profesionales, curiosos. Todos dan vida a la vieja plaza de toros. Unos se asoman a contemplar la alfombra de sal, teñida de una rica variedad policroma, que cubre el albero. Otros, se acercan a ver los Albaserradas que cría el nuevo Victorino Martín. El encierro es parejo. En el tipo de la casa. Sin estridencias. Una corrida con el cuajo y presencia más que suficiente para una plaza de tercera categoría, pero coqueta y bella como la que más. Cárdenos y asaltillados cinco de ellos, otro negro como una pena.
Se enlotan. Siguiendo la tradición se anotan sus números en fino papel de fumar para proceder el sorteo. Una vez terminado, todos se retiran. La suerte está echada. A la hora del festejo, largas colas de espectadores aguardan pasar a la plaza. Puntual y sincronizado con el reloj, el presidente ondea el albo pañuelo sobre el barandal de su palco. El azul dominante de la alfombra de sal es roto por las pisadas de las cuadrillas, que vestidas a la guisa de la época de Magallanes, parten plaza haciendo al paseíllo. Aunque todo es muy colorista, se añoran las sedas, el oro, la plata y el azabache.
Los victorinos resultan como de costumbre. El primero noble sin ser tonto; el segundo, bruto y vendiendo cara su vida; con transmisión y brío el tercero; encastado y bravo el cuarto, un gran toro; y listo con mucha raza el quinto. Ante ellos los espadas han estado más que dignos. Chacón con aire de torero poderoso, ha desorejado a su lote. Emilio de Justo ha cumplido con creces ante el público que lo ha tomado como vecino. Pepe Moral no estuvo acertado con los aceros en su primero. Le queda la segunda carta a jugar. Tuvo suerte, le tocó la mejor.
El único toro negro de la suelta cierra el festejo. Moral lo recibe airoso con el capote. El toro acude franco y con largueza al percal del torero de Los Palacios. Milhijos, que así se llama el de Victorino, pelea bravamente con las cabalgaduras. Dos puyazos a ley que no merman su poder, ni agotan su innata bravura. Galopa raudo tras los capotes de los banderilleros en el segundo tercio. Tocan a muerte.
El hombre y la fiera frente a frente. El animal acude presto al cite del torero. Sigue su muleta arrastrando el hocico por la sal teñida de añil. Los muletazos brotan limpios, largos y templados. El toro no se cansa de embestir tras la pañosa que le ofrece su matador. Moral cambia de mano para el toreo al natural, el de la verdad. El toro acude con más franqueza todavía. Victorino se levanta de su asiento levantando sus brazos al cielo. La faena, obra de arte pese a quien le pese, ha alcanzado el cenit. El éxtasis y la emoción prenden en los espectadores. Se pide la vida para tan bravo animal.
Las lágrimas surcan los rostros de muchos hombres. Se abren paso entre las arrugas de pieles curtidas por la mar. Los ojos brillantes de las mujeres muestran satisfacción y contento. El pañuelo naranja, que color más chillón para algo tan bello como el perdón de la vida, asoma al añejo barandal. Moral continúa toreando a Milhijos a placer, mientras este no se cansa de seguir la tela encarnada. Se simula la estocada y ese toro negro como una pena regresa como un héroe a corrales.
Ha dado lustre a su criador y a la fiesta en sí. El indulto, hoy tan devaluado, ha sido justo con el animal. Ahora solo queda perpetuar su bravura a los hijos que pueda procrear. Su nombre, al parecer, ya lo preconizaba.
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