El triunfo de la música frente a una organización mejorable

Espectáculo El concierto estuvo integrado por las sinfonías 'Sexta y 'Séptima' de Beethoven

La West-Eastern Divan mostró el pasado miércoles su calidad en la Mezquita

Barenboim y los músicos de la orquesta, el pasado miércoles.
Barenboim y los músicos de la orquesta, el pasado miércoles.
A. Asensi / Córdoba

06 de agosto 2010 - 05:00

El paso de la West-Eastern Divan por Córdoba se saldó con un éxito artístico y un fracaso organizativo. Alrededor de 2.200 personas asistieron el pasado miércoles en las naves de Almanzor de la Mezquita a un concierto que merecía un espacio más amplio y más cómodo y en el que la formación dirigida por Daniel Barenboim interpretó la Sexta y la Séptima sinfonías de Beethoven. El veterano director y los jóvenes músicos lograron transmitir a los asistentes toda la belleza y el conflicto que encierra la música del compositor de Bonn.

Una larga cola de personas esperaba junto a la Mezquita la apertura de las puertas, ignorantes muchas de ellas de que el acceso requería la retirada previa de una invitación en la Delegación del Gobierno andaluz. El proceso de entrada del público en el templo y ocupación de las sillas dispuestas no destacó por su agilidad. A las protestas de los que se quedaban fuera se sumaron las de los que no encontraban sillas donde sentarse. Incluso se produjo algún saqueo de las destinadas a la prensa e invitados. Todo ello generó una sensación de caos agravada por el calor y por ciertos síntomas de confusión organizativa que dilató en casi 40 minutos el inicio del concierto. Un sector del público recurrió a las palmas en varias ocasiones para mostrar su impaciencia. El mismo más o menos que posteriormente se dedicó a aplaudir con entusiasmo al término de cada movimiento, a pesar de las peticiones de silencio de otros asistentes y el gesto un poco de circunstancias de Barenboim.

Las dos sinfonías sonaron soberbias. La orquesta extrajo de la Pastoral toda su encarnadura bucólico-descriptiva. El fraseo luminoso, la paleta rica en coloraturas y matices, la orquesta como un engranaje de luz, memoria y sentimiento, el sonido pulido y fresco, proverbialmente juvenil y dotado de una misteriosa cualidad magnética. La Séptima es una sinfonía más contrastada, con más laberinto dentro. Sonó imperial y suave, delicada y sobrecogedora, sensual y enérgica. Barenboim optó por empalmar los cuatro movimientos para anular el fervor aplaudidor del público, que se desató al final con varios minutos de ovación. El argentino, que no dejó de secarse el sudor a lo largo de la actuación, acabó con un ramo de rosas en el escenario, saludando largamente a los asistentes, que pudieron haber sido muchos más y haber pasado menos calor en un espacio más adecuado.

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