El último héroe: Eastwood hace las paces con Harry
Empieza con un funeral y termina con otro esta película que, paradójicamente, es una celebración de la vida, la solidaridad y la amistad. También es un alegato contra la intolerancia y la discriminación que, nueva paradoja, está interpretada por un obrero jubilado, áspero, egoísta, xenófobo y amargado que irá descubriendo en carne propia que los vínculos de la amistad son a veces más fuertes que los de la sangre; y que los diferentes pueden parecerse más a nosotros de lo que se pudiera sospechar. La tercera paradoja que trenza esta pequeña gran película -la mejor, en mi opinión, que Eastwood ha rodado tras Mystic River y Million Dollar Baby, lo que no es poco decir si se tiene en cuenta que entre aquéllas y ésta figuran Banderas de nuestros padres, Cartas desde Iwo Jima y El intercambio- es su constante ir y venir de la parodia a la tragedia, de la caricatura al retrato, de la ironía a la emoción. Unir estos contrarios o armonizar estas paradojas es lo propio de un maestro. Y Eastwood lo es.
Cargada de referencias sobre los personajes que ha interpretado y las películas que ha dirigido, Gran Torino presenta a un Harry el Sucio que al envejecer no ha perdido la afición a las armas, la tendencia a hacer justicia por su cuenta o el gusto por que algún canalla le alegre el día; pero que también ha aprendido algo sumamente importante: la astucia es más útil que las armas, la ley hace mejor justicia que uno mismo y ver a los canallas pudrirse en la cárcel alegra más días que dispararles. También presenta a un personaje que recuerda al viejo pistolero de Sin perdón, obligado a volver a empuñar un arma para asegurar el futuro de los suyos, pero perseguido por los fantasmas de los hombres que mató (en este caso en la guerra de Corea) y, por ello, decidido a impedir que un joven cargue con ese mismo peso. En las películas del Eastwood tardío el acto de matar -por venganza (Mystic River), defensa propia (Sin perdón), patriotismo (Banderas de nuestros padres) o compasión (Million Dollar Baby)- adquiere todo su trágico e ineludible peso, aniquilando moralmente a quien lo comete.
Tampoco falta ese otro tema central en gran parte de su cine, desde Un mundo perfecto a El intercambio: el de la infancia profanada o maltratada.
Por eso ésta es a la vez una pequeña (en cuanto a producción) y gran (en cuanto a resultados) película, una especie de summa eastwoodiana carente de toda retórica, rodada con un estilo sobrio y seco, interpretada con maestría por un casi octogenario Eastwood que ha anunciado su despedida del cine con este papel que resume muchos de los personajes que ha interpretado y los redime -tras confesarse- con un acto final de inmolación. El argumento es simple: un ex combatiente de Corea y obrero jubilado de la Ford, que participó en la fabricación del modelo Gran Torino, afronta su reciente viudedad en un barrio asediado por las pandillas del que él es el único antiguo vecino que aún no ha huido. Aborreciendo por igual a sus hijos egoístas, sus nietos estúpidos, su vecindario multirracial, sus pandillas y la familia oriental que se ha mudado junto a él, dedica su vida a cuidar de su Gran Torino, beber cerveza en el porche y gruñir. Hasta que al presenciar cómo el tímido vecino adolescente es atacado por unos pandilleros, inicia con él una humanizadora relación paterno-filial que le llevará a enfrentarse con sus agresores. Es el tratamiento cinematográfico y la creación del personaje central lo que da complejidad humana y riqueza fílmica a este simple planteamiento.
Sobre este escueto bastidor, y sirviéndose de este personaje que a veces es una autocaricatura a través de la que hace las paces con todos los caracteres -tan extremos- que ha interpretado a lo largo de su carrera, Eastwood, entre bromas y veras, hace un conmovedor discurso sobre la posibilidad de cambio personal y el descubrimiento de la ternura en un hermoso, crepuscular y a ratos muy emocionante western urbano y actual que recuerda a aquel El último pistolero que su maestro Don Siegel convirtió -también a través de una historia de amistad entre un anciano mortalmente enfermo y un adolescente- en un monumento a la despedida cinematográfica de John Wayne.
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