Una vida consagrada a la música
La desaparición de Ramón Medina Hidalgo deja en la vida cultural de Córdoba un hueco que ocupa buena parte del siglo XX. Siempre discreto y poco dado a ponderar sus méritos propios, abarcó las más diversas disciplinas y en todas ellas triunfó. Durante décadas, muchas décadas, fue compositor, intérprete, promotor cultural y difusor de la obra de otros músicos; casi nada.
Sobre Ramón Medina Hidalgo estuvo siempre la figura de su padre, el compositor que tiene una calle dedicada en La Viñuela y cuyas canciones son la banda sonora de la primavera cordobesa en romerías, sin olvidar sus villancicos que interpretan corales de prácticamente toda España. Ramón Medina Ortega llegó a Córdoba desde su Brihuega natal siendo un niño con aptitudes musicales. Formó parte de los seises de la Catedral y no olvidó esta pasión cuando cogía su guitarra en una taberna del barrio de San Agustín. Allí iban brotando unas canciones pegadizas, que hablaban de la tierra y que se amoldaban a cualquier reunión de amigos. Aquella música fue engrandecida en su paso a la partitura por su hijo, Ramón Medina Hidalgo, quien nunca quiso reconocer las aportaciones que hizo a la obra de su padre. Gracias a él se conserva este patrimonio en su totalidad para disfrute de todos a través de coros y rondallas.
Fue profesor del Conservatorio, donde varias generaciones de Córdoba pasaron bajo su docencia como profesor de piano. Entró en esta institución en 1931 y salió de ella a finales de los años 80, momento en el que Cajasur le propone la creación del orfeón que llevaría el nombre de esta entidad financiera. En el mismo volcó su actividad, convirtiéndolo en una formación musical de primer orden que actuó en los más diversos países europeos.
Como compositor, Ramón Medina Hidalgo nos lega una amplia producción que abarca desde la música culta hasta la más popular y toda ella de alta calidad. También organizó diversas formaciones de cámara, con las que actuó en los más diversos escenarios. Una boda acompañada con la música de Ramón Medina era sinónimo de una celebración de altura.
La música ocupaba todos los huecos de su vida. Las clases del Conservatorio las compaginaba con su trabajo como encargado de la discoteca de Radio Córdoba EAJ-24. Sus compañeros en otras emisoras se dedicaban a tener bien clasificado el material fonográfico para poder disponer de él en el momento oportuno. Medina, en cambio, tenía también la preocupación de que este archivo de discos fuese el mejor de Andalucía. Y lo consiguió. Su complicidad con el director de la emisora, Federico Algarra, hizo que éste no escatimase esfuerzos en traer, fundamentalmente de Tánger, aquellos discos que enriquecían este fondo musical. Gracias a él los cordobeses fueron de los primeros en escuchar las grabaciones brasileñas de Amalia Rodrigues, los mejores grupos de jazz, y lo que más le enorgullecía era contar con las mejores interpretaciones de la soprano italiana Adelina Patti, que falleció en 1919.
Ramón Medina Hidalgo, a través de su hermano, el pintor Rafael Medina, entra en contacto muy temprano con el grupo Cántico. Cuando a finales de los años 40 se funda la Hermandad del Remedio de Ánimas cada uno de ellos aporta lo que puede para poner en pie esta singular cofradía. Ramón, como no podía ser de otra manera, compone una serie de piezas de capilla que un grupo interpretaba en los cultos de San Lorenzo. Una de estas composición, la denominada Tenebrae, sonó lamentablemente durante muchos años llenando el aire de la ciudad. La pieza fue adaptada para las campanas del carillón de San Pablo y cada vez que en la puerta del Ayuntamiento se guardaban cinco minutos de silencio por alguna víctima de ETA, el Tenebrae de Ramón Medina ponía la emoción de sus notas. Hoy, con su fallecimiento, también suena en la memoria para él.
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