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La única certeza es que el jueves 17 de agosto se constituirá el Congreso, agotado el plazo máximo de 25 días desde las elecciones, como fija la Constitución en su artículo 68.6. A partir de ahí, tras las consultas del Rey, como Jefe del Estado, y con un candidato definido, habrá pleno de investidura, probablemente a mediados de septiembre. Si no hay fumatabianca, como en el cónclave vaticano, llegarían en diciembre unos nuevos comicios, lo que seria la tercera elección repetida consecutiva (2016, 2019 y 2023). Más que un país, esto parece un poema sobre nuestras insuficiencias e indecisiones. Un país dividido en dos bloques, o mejor en tres, donde un acuerdo razonable PP-PSOE configuraría un escenario manejable, para gobernar y para las reformas imprescindibles. Pero eso no se divisa.
Lo del 17 de agosto es el único dato nuevo, después de la noche del 23 de julio cuando supimos que Alberto Núñez Feijóo había ganado las elecciones, lo que no sucedía en el PP desde hacía años; y que Pedro Sánchez no se hundió, como pronosticaron encuestas y crónicas. Pero también comprobamos que la victoria de Feijóo era insuficiente, muy cerca pero no llega, y que Sánchez tiene por delante una labor de microcirugía política delicadísima para alcanzar los 176 votos imprescindibles en votación a primera vuelta en el Congreso y ser investido presidente. Y toda esa operación, en un quirófano con luz cedida por un tal Carles Puigdemont que en cualquier momento la puede apagar; y ganas tiene. Quienes lo visitan en Waterloo y hablan con él con frecuencia, describen un personaje de carácter cada vez más agriado y anclado en que “España es una pseudo democracia tipo Turquía”. Uno de sus interlocutores de los últimos días confirma que “no aprecia su aislamiento político creciente, su deterioro emocional –hubo un intento de reunificar la familia, pero no se adaptó y su mujer y las dos hijas regresaron a Girona– ni acepta que la mayoría de alcaldes reelegidos de su partido, Junts, no hacían de Junts en la campaña, sino de convergentes”, la fuerza nacionalista de derecha moderada de Jordi Pujol. El caso de Xavier Trías en Barcelona es gráfico: solo se dejó acompañar por los dirigentes del partido de Puigdemont cuando celebraban el resultado; satisfactorio, pero insuficiente.
Entretanto, vivimos tiempos de espera con algunas ocurrencias divertidas. Para el secretario de organización de Podemos, Pablo Echenique, a su formación le corresponden dos ministerios. Echen las cuentas con la medida de Echenique, que en su vida no política es científico: si con cinco diputados les tocan dos ministerios, a Sumar, que con Yolanda Díaz obtuvo 31 diputados, le corresponderían 12 en total, incluidos los dos de Podemos. Y como el PSOE multiplicó por cuatro los diputados de Sumar, la simulación daría 48. O sea, un gobierno de 60 ministros, para empezar a hablar. Porque además hay que dar acomodo a las exigencias del PNV, Esquerra, Bildu, BNG, y a Puigdemont, el de la luz.
Entretanto, algunos partidos se despedazan, como Vox, que pierde a su brillante portavoz parlamentario, Espinosa de los Monteros, acorralado por los extremistas de Buxadé. La repetición electoral castigaría a la ultraderecha, que ya cayó de 52 diputados a 33; aunque ha obtenido importantes cotas de poder en ayuntamientos y autonomías por concesión del PP, incluso donde no ganaron las elecciones, como en Extremadura, Canarias y medio centenar largo de ayuntamientos. Descansen ahora, si pueden, que el estrés será otoñal.
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