Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Inventarios de diciembre (4). Desigualdad
el poliedro
Hace unos años, Manuel Barea nos regaló con su gran clase literaria y su vis descarnada una columna semanal en este periódico, hasta que decidió un buen día dejarnos sin ella. En una, decía que desde un periódico local se podía echar un extra de pelotas a la hora de opinar sobre cuestiones globales, porque desde el mundo pequeño uno está más seguro si quiere arrear a -como creo que era el caso- Donald Trump o a los cárteles en la sombra. Los gabinetes y jefaturas de prensa de la Casa Blanca, de las grandes tech o del mutante lobby petrolífero no repararían en críticas emitidas desde provincias de quién sabe dónde. Ese blindaje provincial es una gloria para el tránsito desde la cabeza a los dedos sobre el teclado, bien mirado. Pues vamos a ello sin empacho ni miedo.
Elon Musk es uno de esos personajes galácticos -se dio un garbeo por el espacio exterior hace un par de años- que adquieren centralidad múltiple en las economías, así en el cielo de la metrópolis como en la tierra de la periferia. Es uno de los magnates del momento, fundador o dueño de facto de Tesla, Pay Pal, Space X y otras sociedades que desde Silicon Valley y junto a otras modelan el día a día del mundo. Es un empresario que previamente hizo Físicas: él sabe de lo que habla y crea. No es -o no era- un megainversor ajeno a la esencia de sus pingües negocios. Su valía no cabe ser puesta en duda: es brutal y fructífera y ubérrima. Llaman la atención, sin embargo, sus excentricidades: bautizó a su manera a uno de sus hijos con el nombre X Æ A-12. Que eso no se le hace a un chiquillo que será tu heredero es evidente, si se ve desde el mundo de la gente corriente; él y la madre del chaval sabrán.
Hace unos días hemos sabido que Musk la ha envainado con el teletrabajo que había concedido a sus empleados. Reniega del trabajo remoto, sea desde casa, sea desde los hoteles que se venden como centros de labor en parajes idílicos y ajenos a la máquina de café. Alucinantemente para los catetos globales -somos muchos y a mucha honra-, este pionero nato se ha sobrado, advirtiendo a su personal operativo que sí, que pueden teletrabajar... una vez que hayan currado sus 40 horas semanales en la fábrica o la oficina. Si algo honra a este mensaje es la sinceridad: ya no cree en el teletrabajo, así de claro. Creo que muchos patrones y altos directivos nunca creyeron en lo de trabajar desde casa. Hacerse los modernos no es ser modernos.
En la Era Pandémica -una era fugaz como ninguna-, muchos vates de la innovación en materia de recursos humanos declaraban: "El teletrabajo ha venido para quedarse", con ese cliché de "venir para quedarse" que tanto furor y fuego fatuo ha alumbrado nuestros recientes días inciertos (¿no son inciertos todos los días?, y, ¿no ha sido siempre así?). Sucede, según las noticias algo dignas de crédito, que si todos los empleados de Tesla volvieran el mismo lunes a las nueve de la mañana a su oficina no habría mesas para todos. Permitan una nostalgia que viene al caso: en la Roma de los ochenta se hizo un recuento que puso de manifiesto que había en los centros públicos menos escritorios y sillas de oficina que funcionarios. Si en este caso se trataba de un cómico escaqueo digno del neorrealismo italiano, en el de la gran corporación ahora radicada en Texas que diseña y fabrica automóviles eléctricos, instalaciones solares fotovoltaicas y baterías domésticas se nos representa como una marcha atrás del teletrabajo que vino para quedarse... que va a ser que no. Empresario al pie del cañón, Musk afirma ahora que pudiera haber excepciones al trabajo presencial, pero que él mismo se ocupará de "revisar esas excepciones". Si quieres trabajar en casa, vale, pero al volver a casa desde la oficina. O sea, back to basis; o sea, de vuelta a lo de siempre.
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