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Viendo los Juegos desde seis perspectivas, la primera sería que los 20 países con más medallas son ricos con mucha o poca población, o no tan ricos y muy poblados, con la excepción de Hungría; pero el tamaño no es determinante, como ocurre con La India, Indonesia, Nigeria o México. Aunque se publica un ranking el COI no establece una clasificación oficial por países, y podría ponderarse con 3, 2 y 1 al oro, plata y bronce, así como dar un valor (por ejemplo de 0,5 a 0,1) a los diplomas. Es inevitable unir nacionalismo y deporte, y los países dedican recursos a los propios, y captan atletas brillantes de países pobres; en deportes de ventas masivas el patrocinio comercial es más fácil, como ocurrió con la medallista brasileña de mono patín Rayna Leal y sus zapatillas rotas. Francia, como anfitrión, se ha preparado a fondo, y Anne Hidalgo, alcaldesa de París, dijo que: “si no fuera por los Juegos no habríamos conseguido un acelerador que dirigiera nuestra energía hacia un objetivo”, lo que han logrado con histórica elegancia.
En segundo lugar, la carga de gasto público de estos eventos es enorme, de aquí el protagonismo de los patrocinadores; a las críticas por la fuerte presencia de LVMH, Samsung, Coca Cola, se contrapone que el gasto público ha sido sólo el 25% de los 9.000 millones invertidos. Entre los aciertos de estas olimpiadas –sería el tercer punto– está la elección de Thomas Jolly, director del teatro público francés, para la inauguración y clausura; Jolly no ha tenido nunca complejo en unir la producción experimental y culta con el espectáculo, y se nota que ha obrado libremente y con mente abierta, pues “en la audiencia olímpica –dice– hay gente que conecta conmigo, otras que sé que no, y muchos cuyas vidas no conozco; esto significa que tengo que ser inclusivo de la multitud”.
Un cuarto aspecto es el carácter verde de estos Juegos, pues no en vano se firmó en París en 2015 el Acuerdo contra el cambio climático, y se ha invertido en árboles, accesibilidad, e instalaciones deportivas permanentes. Mencionar, en quinto lugar, la sensibilidad mostrada hacia los deportistas, algunos muy jóvenes y sometidos a una fuerte presión, como Simone Biles, que tras sus problemas de inseguridad ha hecho historia, evolucionando desde la precisión a la fortaleza física para el equilibrio. Es de apreciar cómo TVE y otros medios han valorado en los que no conseguían medallas sus trayectorias de esfuerzo, que es ya en sí un éxito personal. Y por último, ha pasado afortunadamente desapercibida la exclusión de Rusia, y las competiciones alternativas de Putin, pero han sido problemáticos los ciberataques denigrando al Comité Olímpico, patrocinadores, y creando expectativas de violencia.
Siempre hay quién se recrea en las miserias, pero si Píndaro pedía dejar la pequeña política y las peleas vanas y buscar en Olimpia, reina de la verdad, la excelencia, o acaso un poco de respiro de las cosas cotidianas, Carol Ann Duffy nos habló, en otras olimpiadas y con estos hermosos versos, de un legado para “vidas jóvenes respetadas, apreciadas, valoradas, apoyadas/ para correr, nadar, jugar, boxear, sobresalir, pertenecer/ creer que la comunidad es uno mismo en multitud/ en un lugar funcional, libre, real: el paraíso”.
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