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La autocita es un tabú del columnismo, y en general de la vida, aunque mientras que alardear de “yo ya lo dije en su día” en una tertulia de bar cuenta con la bula de falta de prueba documental, lo que escribe quien opina en un medio de comunicación pesa como carta sobre la mesa. El 3 octubre de 2017 (El día después), en las postrimerías del último Gobierno de Rajoy, dos días más tarde del referéndum –de plástico– por la independencia de Cataluña, se escribe para esta página así: “Cuando lees ayer lunes que De Guindos abre la puerta a otorgar un régimen como el del cupo vasco para Cataluña, te quedas desolado. No por lo tardío de la apertura de esa puerta, sino porque, si así fuera –que uno cree que la calentura catalana no tiene marcha atrás–, Andalucía tendría que replantearse muy mucho su propia viabilidad, su propio futuro. El juego es de suma cero. Lo que ellos ganaren, nosotros los perderíamos”. Ya puestos, la hipótesis causal que sobre el procés siempre se ha sostenido en esta columna podría enunciarse así: “Más allá de las apariencias folclóricas y dolientes y el manejo de las masas mediante propaganda y gota malaya desde el poder regional, el catalanismo independentista no es tan independentista como fiscal o tributario, y lo que en realidad mueve a sus adalides, que calientan a un pueblo que quiere sentirse robado y, la verdad, superior, es un histórico ataque de cuernos por el sistema de cupo vasco y navarro: pesetas, y lo demás... ¡galletas!”. Esto viene de largo, y en estas dos últimas semanas parecemos haber visto la luz: se trataba del Espanya ens roba, de abominar de la llamada solidaridad interterritorial, que quizá debe ser llamada con más propiedad redistribución fiscal, un principio, por cierto, ineludible de todo sistema nacional de tributación. Tributación que es personal, por cierto, aunque esté territorializada a efectos de gestión, que esa es otra. Puestos a confesar, quien suscribe tributa unos pocos de puntos más que el catalán medio de forma directa, o sea, por IRPF, y es posible que, poco catalán que es uno de bolsillo, o sea rumboso y hasta manirroto, me da a mí que tributo a las arcas públicas más que los supuestos atracados del nordeste también por el consumo, o sea pagando IVA.
No hace falta ser economista para haber visto desde hace años cuál es el móvil del catalanismo independentista de después de la deconstrucción del pujolismo y la demolición de Convergencia i Unió por causa de su vicio de corrupción desde el poder en la Generalitat y los satélites locales; como el POSE y el PP: igual. El móvil es obtener un sistema de privilegio fiscal. Más allá de patrias sometidas, amnistías, banderismos, waterloos, odio al Borbón y revisionismo histórico (parecido al nacional-franquista, pero con más aires de modernidad). Ya ven que Guindos, antes de pasar a mejor vida política lejos de Madrid y hasta del PP, abrió esa puerta, la de negociar el cupo vascocatalán. Sánchez se ha visto abocado –cambiando de principios con maestría grouchiana– a darle a los siete infinitos votos de Puigdemont todo lo que pida por esa boquita, con Aragonès y su ERC de palmeros sindicados en su causa. Y al final, era la pasta, eran los celos entre ricos. Y ganarán las elecciones, coaligados. Y su principal valedora en la capital del Reino será María Jesús Montero, que sabe bien de la caja de bombas que estamos abriendo, porque ella ha sido consejera de todos asuntos económicos, fiscales y de redistribución interterritorial en Andalucía: ella no sólo dice digo donde dijo diego, sino que es consciente del terremoto que esta exigencia supone para Andalucía. Nada más hacer cálculos tras las últimas elecciones generales, ya dijo que era “urgente” cambiar el sistema de financiación regional. Era el cupo, hombre.
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