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Tribuna Económica
Queremos los europeos ser líderes en responsabilidad climática?, ¿queremos tener una voz independiente en el mundo?, ¿queremos seguir manteniendo nuestro modelo social? Pues más nos vale que cambiemos radicalmente; si no, tendremos que renunciar a alguna de nuestras ambiciones. Estas líneas resumen el planteamiento inicial que hace Mario Draghi –ex presidente del Banco Central Europeo y una de las grandes mentes económicas de Europa– en el informe “El futuro de la competitividad europea”, encargado por la Comisión europea, y presentado este lunes en Bruselas.
No es nada nuevo. Europa lleva mucho tiempo quedándose quieta cuando los demás se mueven. Todos estamos viendo el impresionante cambio tecnológico, y cómo Europa está perdiendo la comba. Sufrimos el problema de la energía desde que Rusia no es nuestro proveedor. Y vemos cómo con la situación geopolítica actual nuestras muchas dependencias (materiales, energía, tecnología) están pasando factura. En el informe, Draghi dramatiza este presente y propone tres áreas principales de acción.
En primer lugar, cerrar la brecha de innovación con Estados Unidos y China. Europa está atrapada en una estructura industrial con tecnologías maduras donde el potencial de avances es limitado. Propone acelerar significativamente la innovación tecnológica y científica, mejorar el proceso que va de la innovación a la comercialización, eliminar las barreras que impiden a las empresas innovadoras crecer y atraer financiación, y emprender esfuerzos concertados para cerrar las diferencias de habilidades.
En segundo lugar, desarrollar un plan que tendrá que garantizar que los ambiciosos objetivos de descarbonización vayan acompañados de un liderazgo en las tecnologías que la satisfagan, nuclear incluida. Deberá abarcar las industrias que producen energía, las que permiten la descarbonización, como las tecnologías limpias y la automoción, y las industrias que utilizan energía de forma intensiva y son “difíciles de reducir”.
Y el tercer ámbito de acción es aumentar la seguridad, con una industria militar más fuerte y cohesionada y a la vanguardia tecnológica, y reducir las dependencias (materiales, chips, tecnología…) con una “política económica exterior” que coordine acuerdos comerciales preferenciales e inversiones directas con naciones ricas en recursos, la acumulación de reservas en áreas críticas y la creación de asociaciones industriales para asegurar la cadena de suministro de tecnologías clave.
Draghi cuantifica el whatever it takes de esta ocasión, 800.000 millones de euros, y sugiere que estos recursos se obtengan emitiendo deuda europea. ¿Aceptarán todos, en especial Alemania, sin que exista un evento crítico detrás, como fue el COVID, a mutualizar la deuda?, ¿cómo afectará a la inflación, que está siendo el actual caballo de batalla?, ¿seremos capaces de gastar esa ingente cantidad de dinero, tras, y a la vista de lo que está sucediendo, esos otros 800.000 millones de euros de los Next Generation?
La apuesta de Draghi tras la crisis financiera fue suficiente, como el vaticinó, para salvar el euro. La de ahora podrá salvar Europa, pero sólo si se gasta bien; si no, profundizaremos en la irrelevancia, pero encima cargaditos de deuda.
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