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Ha sido tremenda la discusión sobre la acogida de los menores que permanecen en Canarias a la espera de ser repartidos por España; pero no se trata sólo de esos 347 niños, sino de 6.000 que necesitan una salida. En España hace diez años había 7 millones de niños hasta 15 años, y hoy 6.690.000, sólo el 14% de la población; algo por encima de la media española están Murcia, Andalucía, Canarias, Extremadura, Castilla La Mancha, Baleares y Comunidad Valenciana, las demás tienen aún mayor déficit de niños, que son sobre todo muy escasos en el ámbito rural. Hay coincidencia en que se necesitan niños y de ahí los intentos de apoyar la natalidad, siempre fallidos porque nadie aborda su complejidad. Pero los que aprovechan la inmigración para calentar la política saben muy bien lo que hacen; según la agencia Ipsos, los votantes de la extrema derecha en Francia tenían en estas elecciones como prioridad la inmigración (80%), el coste de la vida (70%) y la seguridad de las gentes y la propiedad (40%), y a mucha distancia seguía la sanidad (20%), mientras que el medioambiente, impuestos, educación, pensiones, deuda pública, parecía no importar a esos votantes, de aquí que la campaña se hizo sobre la inmigración.
En el mundo anglosajón se conoce como NIMBY la actitud de que algo puede importarnos, pero no lo queremos cerca. Viene de “No in my back yard”, y apareció como protesta ante las centrales nucleares que, aunque atractivas como fuente barata de energía, nadie las quería en su territorio; se identifica con el miedo a lo extraño y los extraños, el sentido del localismo, de lo propio, familiar, la aversión al cambio y sus consecuencias que lleva a una oposición frontal a que se construyan más viviendas cercanas a la nuestra, un hospital, un colegio, o cualquier servicio o actividad que, desde luego, se aprecia, pero no al lado de casa; y también tiene que ver con el sentido de que sufrimos una coacción, una imposición. Muchas personas de buen corazón no son insensibles al drama de los menores, y desearían que se les amparara, pero no los quieren en su comunidad, aunque representen una fracción de 9 diezmilésimas del total de niños que tenemos.
Surgen tres ideas ante este drama, una que estos niños suponen una responsabilidad y una gracia, son una carga que recae en el Estado, pero vienen con el pan bajo el brazo de las ayudas europeas, serán con los años población activa, trabajadores o quizás empresarios, y a alguno lo veremos ganando competiciones para España. Pero todo esto, es la segunda idea, no quita urgencia a una política inmigratoria europea, que no puede tomar forma con los aspavientos que vemos estos días. Y por último, y la más importante, hay que utilizar todos los medios públicos y los privados para que los niños tengan una educación adaptada a sus circunstancias personales, y sus inteligencias y cualidades brillen y se desarrollen, que es la manera de desmentir a los que burdamente quieren convencernos de que la delincuencia, la inseguridad, y todo lo malo, viene siempre de fuera, cuando es precisamente, como ha escrito Melanie Trump tras el intento de asesinato de su marido y en un mensaje que parece dirigido a él: “El odio, el vitriolo y las ideas simplistas lo que enciende la violencia”.
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