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Aunque la causa del apagón de luz en la Península Ibérica puede deberse a un problema técnico de rara complejidad, lo ocurrido nos hace reflexionar sobre la posibilidad de que otros fenómenos de origen técnico, naturales o provocados, den lugar a un hecho similar que, como todos los eventos de fuerte riesgo, tiene las características de ser muy improbable pero de consecuencias económicas y sociales desastrosas. Recurro a un trabajo de Yuekuan Zhou y Zhaohui Dan, de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Hong-Kong, que trata de la resiliencia de los sistemas energéticos, y la primera idea que saco es que las relaciones que podamos establecer entre la eficiencia de un sistema de energía para proporcionarnos electricidad en cualquier circunstancia de frío, calor, o fuerte demanda por puntas de consumo, con la confianza en la capacidad de la red, no están bien definidas, como tampoco lo está con la robustez del sistema, su flexibilidad de conexión con almacenamiento y otras energías, o la resiliencia energética. Los autores repasan minuciosamente las formulaciones matemáticas que se han desarrollado entre variables energéticas y encuentran un vacío de conocimiento, pero sostienen que precisamente esta es la base de la investigación sobre cómo debemos prepararnos ante un problema como el sucedido en España.
La segunda idea es que la resiliencia consiste en la capacidad de recuperación de una red tras sufrir un apagón, teniendo en cuenta la respuesta de la generación, restablecimiento de controles en la red, transmisión, y la demanda de consumo, almacenamiento, sistemas de red y convertidores. Es importantísimo que la generación esté lo más próxima posible a los centros de carga para no depender tanto de las líneas de transmisión, y en este sentido hemos visto cómo la proximidad a Francia y a Marruecos ha permitido a algunas zonas tener electricidad relativamente pronto. Desde este punto de vista la resiliencia en España ha sido fuerte, pues si tenemos en cuenta la magnitud del problema, en tres horas teníamos luz en zonas de Andalucía y aún menos en el País Vasco y otros puntos. Esta capacidad hay que verla para distintas circunstancias y la experiencia sirve para prepararnos ante posibles disrupciones por cambio climático que influye en los consumos y funcionamiento de aparatos; desastres naturales que ponen a prueba los límites de nuestro sistema; ataques terroristas y ciberataques; y, en fin, los factores económicos, técnicos y sociales que determinan la distribución, la tipología de la red e influyen en provocar fallos que no son previsibles, pero ocurrirán.
Cuando ocurra –tercera idea– hay que tener preparados algunos edificios y comunidades para almacenar electricidad para enchufes esenciales como cargar vehículos, gasolineras, medios de pagos, centros estratégicos como farmacias que necesiten refrigeración, y por supuesto potenciar equipos generadores en hospitales. Las alarmas son un buen ejemplo de dispositivos que han funcionado aunque no hubiera electricidad, y si no es con baterías, una simple placa solar con un pequeño almacenamiento conectada a un dispositivo sirve para una emergencia. La sinergia con otras fuentes de energía, así como disponer de energía solar con acceso y almacenamiento independientes de la red general es un principio elemental que hay que empezar a aplicar. Aunque no se han dado daños personales las consecuencias económicas son de importancia; pero los problemas con comunicaciones, semáforos y sobre todo trenes y transporte público, sugieren mejorar los sistemas para que su funcionamiento pueda restablecerse en menor tiempo. Comunidades autónomas y ayuntamientos deben tener sus protocolos, y hemos visto cómo algunas han reaccionado pidiendo la intervención del Gobierno central, mientras que otras se han responsabilizado con sus medios y competencias.
Dos cuestiones adicionales: la primera de ellas, que el sistema eléctrico permite, por la información que almacena, aplicar algoritmos y conjuntos de algoritmos que sirvan para la supervisión del sistema, regular sus automatismos, reforzar los procesos de funcionamiento, optimización, calcular probabilidades de disrupciones en cuanto a magnitud, duración y frecuencia, análisis de series temporales, y lo que conocemos como deep learning basado en redes neuronales. Precisamente, en una comparación bio mimética, los autores del trabajo antes citado utilizan una brillante analogía entre el sistema de energía y el cuerpo humano, donde la eficiencia energética sería la capacidad de una persona para desarrollar un trabajo; la flexibilidad del sistema eléctrico, el autocontrol de un ser humano; la robustez de la red, la capacidad de algunas personas para trabajar aun estando enfermas; y la confianza en la red y su resiliencia se comparan con cómo los cuerpos se autorregulan ante el calor y el frío, el eficaz sistema inmunológico humano y la autocuración y regeneración de tejidos de una herida. Lo anterior es el significado físico de equilibrio como capacidad de absorción de un shock, y la vuelta a condiciones de equilibrio, ya sea de una red eléctrica, un cuerpo o un espíritu humano.
La segunda es que, visto desde la perspectiva de nuestra relación con la tecnología, también abre una nueva dimensión para enfrentar el despropósito del consumo energético, lo insostenible de centros de datos donde se almacena con afán de perpetuidad toda la banalidad que lanzamos sin pensar a través de nuestros móviles y ordenadores, y sobre todo, una cura de orgullo ante la pretensión de que dominamos la tecnología, y no soportamos la evidencia de que se va la luz, exigimos información sobre lo ocurrido, y somos incapaces de comprenderlo.
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