Rafi, la Casa en el Árbol

Obituario

Rafi Valenzuela
Rafi Valenzuela / Miguel Ángel Salas

11 de julio 2024 - 21:32

Córdoba/En la copa de un árbol construiré nuestra casa, / con tablones y clavos e ilusión y un martillo alzaré entre las ramas suelos, / techos, paredes, / cuartos en espiral, secretos pasadizos donde obra el azar el don de los encuentros / y de pronto amanece si me miras al fondo por donde el viento corre a refugiarse. Así comienza el poema Casa en el Árbol, del poeta Eduardo García. Le invito a que lo lea en su totalidad. Es sencillamente fabuloso, es un sueño, una epifanía, una propuesta de vida, la ilusión por algo mejor. Juntos, rodeados de amor. Eso es lo que encontró Eduardo García, durante todos los años que pasó en Córdoba, junto a Rafi Valenzuela, hasta que nos dejó en 2016. Despedimos con dolor al poeta, al amigo, al cómplice, y hoy desgraciadamente toca hacer lo mismo con Rafi. Cuesta.

Hay quien vive instalado en la amargura, se den las condiciones o no para ello. Hay quien vive atrapado, hipnotizado, en la tristeza. Se den o no los motivos. Hay quien huye de la luz, por las más diferentes razones, algunas de ellas inexplicables, para quienes abominamos de la oscuridad. Rafi decidió vivir instalada en la alegría, en la felicidad, en la luz, aunque en muchos momentos de su vida no fuera fácil tomar esa dirección. Ahora siento su mano en su brazo, porque Rafi, yo la llamaba Rafaela de vez en cuando, era muy de tocar. Me agarraba, sonreía y me contaba algo al oído. Y reíamos. Hace muchos años, más de veinte, Rafi me llamó para contarme que iba a conseguir que Edu y ella se divorciaran, que él solo quería que llegara la noche para meterse en la cama y seguir leyendo mi “novelista malaleche”. “Salva, llora de la risa”, me contó entre carcajadas.

No sé cómo estoy seleccionando hoy mis recuerdos con Rafi, seguramente no lo estoy haciendo, salen. Pero en todos ellos, en todos, siempre aparece sonriente. Incluso en los días feos, que fueron muchos. Algunos de ellos horribles. Pero con esa sonrisa, su siempre sonrisa, lo eran menos. Amigos queridos, siempre admiré ese amor que desprendían. En una competición del amor, Eduardo y Rafi estarían en los primeros puestos. Campeones, medallas de oro, en lo más alto. Puro. Lo contagiaban. Te hacían cómplice. Un club de amor, en la Casa en el Árbol.

De la gestora cultural, de la política, qué decir. Honestidad, trabajo, ojos abiertos, mente limpia, sin prejuicios. Que todo es política, por supuesto, y Rafi fue un grandísimo ejemplo. En la Junta, en el Ayuntamiento o en la Subdelegación del Gobierno dejó claro que tras cada decisión siempre hay una convicción, un compromiso, un intento por sumar, por mejorar la vida de los demás. Claro que todo es política. Destacó en el ámbito cultural. No la hizo más sensible Eduardo al hecho cultural, como un elemento esencial de nuestra vidas, ya lo traía de serie Rafaela. Ya se lo había creído y asumido mucho antes. Cultura sin fronteras, sin etiquetas, todo le interesaba, la provocación y la tradición, lo vanguardista y lo clásico, un Alejandrino o una videoinstalación. Amaba y sentía la cultura. Y sabía como gestionarla, entendía a los creadores, los respetaba, los admiraba. Era muy fácil realizar un proyecto con ella. Rigurosa y cálida, qué difícil combinación.

No me despido de Rafi, seguro que ya está instalada en la Casa en el Árbol. Ha llegado a la hora del almuerzo. Sin equipaje. Junto a Eduardo. Su lugar en el mundo. Un mundo que hizo mejor, en todo lo que pudo y estuvo en su mano. Querida amiga, disfruta de ese espacio soñado en la bruma de los días más luminosos y amados. Hay viajes que son el destino mismo. Te veo sonreír, como siempre. Y siempre será así.

Luz de hogar en la noche, resplandor, / y una escala de cuerda entre las ramas, / si subes por la escala no hay retorno, / en la cima del viento hallarás nuestra casa.

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