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La edición de abril de 1950 de la revista National Geographic se abre con un artículo cuyo título -Speaking of Spain, Hablando de España- no nos promete la delicia que brinda su lectura amable, entretenida. Tan precisa en la importancia y dosificación de los detalles, que uno diría que su vis periodística entronca con la literatura de viajes de los románticos ingleses y franceses, tan proclives a España, y sobre todo, a Andalucía (la suya). Su autor es el lingüista, escritor, explorador, cineasta, navegante, buzo y fotógrafo estadounidense Luis Marden. Es precisamente a través de las 37 fotos del reportaje como el texto cobra todo su esplendor: instantáneas a color o blanco y negro, de corte clásico y nato afán ilustrativo, que muestran a la estructura socioeconómica de una España en el ecuador del XX, cuando el franquismo comienza a coger algún tono que no fuera gris; algo parecido sucede con la economía del país. No mira Marden lo que ve con un filtro político. Tampoco cae en el recurso a la ironía malaje, ya saben, la guasa con la siesta y demás topicazos que frecuentan no pocos reporteros extranjeros, quién sabe si aquejados por un complejo de superioridad de lo más infundado. El reportero, en fin, no enfoca el dolor -nos lo ahorra- y nos entresaca y ofrece la luz entre lo que, viajero, percibe.
Fotos, decimos, del sector primario, el que explota la tierra, los animales, los ríos y el mar. Carros con lasañas de corcho en Cazalla. El pescado, tan dilecto para los ibéricos: rodaballos, percebes y bueyes de mar gallegos; gambas de Huelva, atunes del Estrecho; truchas de Gredos y salmones asturianos, angulas mataditas al tabaco con ajo y guindilla. Vareo de aceitunas para la almazara en la Bética y sus estribaciones, viñas en las albarizas de Jerez y Montilla; el cerveceo que nace como costumbre de alterne. Mujeres dando de comer a las gallinas en la puerta de una cueva granadina. Naranja valenciana y naranja amarga sevillana para la exportación (mandar fuera lo propio: una fuente de ingresos y PIB que nace en este y otros sectores). Reatas de pollinos por las murallas de Ávila: "el burro es mascota, amigo y esforzado compañero de trabajo". Comerciantes de lo propio que van vendiendo huevos en mulos o, con suerte, en carros de bestia hechos en Murcia. Ataviados ellos con guardapolvos y boinas, que van sustituyendo a la gorra de visera.
Vascos bebiendo vino del país de botas de piel de cabra o ternera. La industria que da valor secundario a la tierra por las calles y plazas de las capitales en forma de publicidad de Tío Pepe arriba de elegantes edificios civiles, o de Anís De la Asturiana en chasis de autobuses urbanos. Limpiabotas con alpargatas de esparto que dan betún a los zapatos de hombres de rigurosa gabardina en la puerta de una iglesia. Tabernas de vino pendenciero y aguardiente bravo, y también cafés de postín y eterno café con jarrilla de agua. Folclore: "Los bailes del norte se ajustan con una geometría precisa y sobria; los andaluces con ardiente abandono". Pepe Luis Vázquez que observa cómo el puntillero le da matarile a su toro. La indescriptible Alhambra. La Giralda observada desde un ático por una turista tocada con moño. ¿Turista? Sí, uno de pocos. El boom turístico español que zarandea aquella estructura económica ni siquiera consideraba al turismo en los presupuestos públicos. Fue a partir de los 60 cuando llueve el maná de esas exportaciones que se obtienen importando personas que quieren ver, pasearse, fotografiarse, divertirse. Por eso, si usted pensaba que el cuadro que pinta el National Geographic es de un sospechoso aire costumbrista, tópico y rancio, le niego la mayor: era así como se veía lo que vivíamos (sobre todo, lo vivían los que estaban ya vivos).
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