Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Inventarios de diciembre (4). Desigualdad
Ha sido la mayor tragedia de Europa en este siglo, guerras aparte. Pero no sólo ha habido más de 200 víctimas mortales y destrozos materiales ilimitados. En Valencia sucedió una catástrofe comunicativa –aún no concluida– de proporciones muy alarmantes con silencios inexplicables, con torpeza declarativa de muchas autoridades y con un tsunami de bulos y desinformación.
La comunicación en situación de crisis es siempre muy delicada y exige medir mucho las palabras para no desatar el pánico. Pero, además, controlar los tiempos es vital. Un ejemplo: la televisión autonómica À Punt emitía un informativo en la noche del martes 29 de octubre y en una pantalla gigante se veía en directo cómo ayudaban a una mujer a cruzar una calle, convertida en río, a la que se podía llevar la corriente. Entonces sonó la alarma de emergencia en los teléfonos de los presentadores y los técnicos. Alarma a las 20:12. Demasiado tarde. De haberse enviado horas antes, no estaríamos lamentando tantas desgracias personales.
Numerosos medios han reconstruido la secuencia de correos, washaps, llamadas, rectificaciones, incomparecencias como la desaparición por unas horas del presidente valenciano que estaba en una larguísima comida ofreciendo a una periodista la dirección de la televisión autonómica... Y por si fuera poco, la consejera valenciana responsable de las emergencias admitiendo que no conocía el sistema de alarmas ES-Alert. Esas declaraciones y tantas otras merecerán ser publicadas en una antología del disparate.
Pero, entre tanto desatino, también destacaron frases que conviene recordar. Estaba en máximos la polémica sobre si había que avisar o no al Ejército, y quién debía dar la orden, cuando el teniente general Javier Marcos, jefe de la UME, lo dejó claro: “La entrada en la zona es responsabilidad del director de la emergencia. Puedo tener 10.000 soldados en la puerta, pero legalmente no puedo entrar hasta que el director de la emergencia me autorice”. Se acabó esa polémica. Hay que decir que las declaraciones de los militares que han acudido al auxilio de los valencianos han sido muy atinadas. Nada que matizar, ni palabras que retroceder, como sí ha sucedido en la política.
Por otra parte, Felipe VI, rodeado de vecinos, lógicamente indignados, y algunos militantes de extrema derecha, les dijo: “No hagáis caso a todo lo que se publica porque hay mucha intoxicación informativa y mucha gente interesada en esto para que haya caos”. Sin duda, esa gente está ahí lanzando bulos, como que había centenares de muertos en el parking de un centro comercial y después se comprobó que no había víctimas.
La agencia de verificación Maldito Bulo publicó hasta 60 bulos y desinformaciones sobre el paso de la DANA. Que si todo lo había provocado Marruecos para arruinar la producción de naranjas valencianas y favorecer a los cítricos de su país, o que un radar de la base de Morón en Sevilla causó la tragedia y tantas otras falsedades que hay gente que compra alegremente y reproduce irresponsablemente. Pero cuidado, porque algunos de esos bulos saltaron de las redes a algunos programas de televisión. Igual que habrá que pedir responsabilidades a las autoridades cuando esto pase, conviene delimitar el daño causado desde unas redes incendiadas con munición intencionadamente falsa.
Sin duda, en las dos últimas semanas se ha batido en España el récord de bulos y desinformación. Se sumaba la DANA a todo lo relacionado con la campaña electoral estadounidense porque la victoria de Trump valida la mentira y la desinformación como forma de hacer política. Mal vamos.
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