El parqué
Álvaro Romero
Descensos moderados
el poliedro
Tras la tempestad, llega la calma y los días de propósitos saludables para el cuerpo y el alma, un empeño comparable al que nos predispone a revolucionar nuestras costumbres al final de agosto. Dieta baja –sobre todo en fondos–, ayuno intermitente –ahora sí, ahora no–, al gimnasio en tropel con zapatillas nuevas, varios libros en la mesilla, caminatas de lobo, dejar poco a poco el duermetepán y la onza y media de chocolate antes de dormir, escribir un poemario como han hecho algunos contactos del insta y el feis; dejar insta y feis. Abrazar el rutinismo. A finales de enero se nos pondrá de frente el desafío de no caer en la frustración por haber vuelto a incurrir en uno de los universales humanos de andar por casa: el de confundir los deseos con la realidad, y que los propósitos quedaran en propósito. ¡Vamos!
Todavía hoy [jueves], nos queda uno de los mejores bocados de las navidades, una recta final en la que hay quienes van desacelerando, y hay quien ya lo da todo en programas de actividades multicontacto, con una propensión al tarjetazo bancario como no volverá a recuperar hasta las fiestas mayores y el verano. Un par de amigos, sufridos autónomos, volverán a sus centros de trabajo como un náufrago que agarra el flotador que le lanzan desde un carguero. Estos y otros templarios de su oficina están deseando volver a echar horas, dar de comer a su pan, y no comérselo con restos de pavo o chacina (hay que ver, por cierto, qué nombre tan vulgar tiene un conjunto de manjares tan deliciosos: “chacina” suena grasoso y vulgar, quizá sea el hartón lo que me mueve al desagradecimiento).
Desde luego, no nos acechaba la crisis. Aunque se anunciaban grandes males económicos en 2023, no ha sido así, y el problema resultó no ser el empobrecimiento o el desempleo, sino el arte de bregar con cierta seguridad entre tantísima masa que se agolpa en alumbrados, mappings o campanadas. El reto no ha sido sobrevivir a la recesión y el desasosiego, sino al trasiego de actividades lúdicas municipales que, al ser gratuitas y no permitir el libre movimiento, deja inactiva a la cartera por unas cuantas horas, asfixiantes. El problema no es recesivo, sino expansivo: asimilar al turista nacional o foráneo, darle gusto y velador, tablao de melamina y tapas grandes a precio grande. Se lee mucho ahora que el turismo explosiona sin parar por un hedonismo apocalíptico que ha calado en jóvenes y menos jóvenes: como no se atisba un buen futuro climático, robótico o bélico, nos lanzamos al no parar del conocimiento (?) de lugares ajenos que esperan abiertos de brazos y puertas al visitante fugaz y transeúnte. Nada se renueva mejor que la materia de la que está hecho el turismo: el río de Heráclito, pero con gente en vez de agua. Gente desconocida que raramente volverá.
Los niños sí vuelven al colegio, los jóvenes a los institutos y a las facultades, quizá a su oficio o al ancla de plástico de la hostelería. Los mayores, a sus trabajos o sus lunes al sol; muchos se han jubilado teniendo treinta años por delante en buen estado de uso. Anoche llegaron los Reyes Magos, triarquía multicultural que resiste como una jabata frente al mucho mejor programado Papá Noel. Regalos al principio y al final de la Navidad: ni el mejor estratega de ventas los hubiera programado así. Y ahora, el reconstituyente o doping final: a partir del lunes, las sirenas de la compraventa, sirenas rebajadas, nos cantarán desde el centro-centro, el centro comercial o internet. Apuesten a que la patronal del gremio se quejará de atonía. Y es que el pastel es el que es. Los récords turísticos no pueden dar lugar a nuevos récords en el negocio del comercio de ropas y cacharros y de sus rebajas... ¿o sí? Cosas hemos visto que no hubiéramos creído. ¡A las rebajas! (La cuesta de enero ya es la de febrero gracias a la tarjeta de crédito).
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