El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
La colmena
Las llaves que miles de jóvenes están agitando estos días, hartos de las subidas del alquiler, recuerdan mucho a las protestas del 15-M. Por lo que significan y por la escalada de tensión que evidencian: en abril fueron las Islas Canarias, en mayo continuaron las protestas en Mallorca, en junio compartieron protagonismo Málaga y Barcelona y este domingo se ha intensificado la rebelión juvenil desde Madrid.
El problema es complejo y poliédrico. Podemos simplificarlo escudándonos en el enfoque antagónico que implica el debate (porque “la vivienda es un derecho, no un negocio” y porque no queremos una “España donde haya propietarios ricos e inquilinos pobres”) pero sería una forma conservadora, miope y hasta egoísta de esquivar la “crisis”. No encuentro otra palabra más acertada para representar las múltiples aristas que están convergiendo cuando conectamos el mercado inmobiliario con el impacto del turismo (en éxito imparable pero también voraz) y se distorsiona con una subida de precios inédita y un estancamiento persistente de los salarios.
Solo dos datos y una imagen. Primer titular: Idealista lleva meses registrando máximos históricos del alquiler; en Andalucía, en enclaves como Sevilla, Málaga o Granada, con el extra de la presión turística que está ejemplificando el boom del Airbnb. Segundo titular: el último informe del Banco de España sitúa en más del 40% los hogares que tienen que hacer un sobreesfuerzo para afrontar el pago. La imagen: el mapa que todos los medios han publicado estos días con el porcentaje del sueldo que los jóvenes tienen que destinar a la vivienda. Más del 100% de lo que ganan en varias comunidades. ¿Nos extraña que no se puedan emancipar? ¿Les decimos que vivan del aire?
Pobreza. La crisis de la vivienda lleva a esas nuevas tipologías de pobreza que nos ha traído la modernidad: energética, farmacéutica, de soledad… Tener que asumir que tienes un trabajo pero eres pobre. Ese nuevo pobre, joven y sin opciones ni aspiraciones para tener una vida mejor que la de sus padres. Ese nuevo pobre que se suma a los que hace unos años retrataba Sara Mesa en un ensayo magistral sobre esa “pobreza fea, incómoda y difícil de mirar”.
Porque se puede ser pobre pero decente; pobre pero limpio; pobre pero honrado, pobre pero sin vicios. ¿Se puede ser joven y pobre? No es una pregunta; es una realidad.
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