1975

En tránsito

04 de enero 2025 - 03:07

Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Sánchez (alias Samsa) se despertó en su cama convertido en un monstruoso franquista. Gregorio recordaba vagamente haberse ido a dormir, tras las ruidosas celebraciones de Nochevieja, algo achispado por el cava y las campanadas y las risotadas del programa de Broncano y Lalachús. Si bien se sentía algo mareado, la noche anterior pudo ponerse el pijama y luego mirar un rato su página de Facebook y hacer algunos comentarios sarcásticos con su grupo de amistades. Después se quedó dormido, sin importarle el reguetón que sonaba en el piso turístico de al lado ni los ladridos psicóticos de un perro alterado por los petardos.

Pero ahora, en la primera mañana del año nuevo –ese prometedor 2025, séptimo año triunfal del gobierno progresista–, Gregorio descubrió horrorizado que llevaba puesta una boina roja con una fea borla amarilla y un uniforme blanco cruzado por una especie de banda rojigualda en la que refulgía un ave espantosa –algo así como un buitre– que luego, al ser examinada con más atención, resultó ser el águila de San Juan. Al pobre Gregorio Sánchez, alias Samsa, se le empezó a nublar la vista. Dios santo, se había convertido en un Consejero Nacional del Movimiento (y por la provincia de Ávila, por más señas). “¿Qué me ha pasado?”, pensó Gregorio. No había sido un sueño. Su habitación, una habitación vulgar y corriente, seguía estando allí, entre las cuatro paredes familiares. Pero él ya no era el fervoroso progresista, sino un tipo despreciable que llevaba una ridícula boina de requeté en la cabeza (ya algo pelona –la cabeza– pese a un reciente injerto capilar en Turquía) además del absurdo uniforme blanco de Consejero Nacional del Movimiento (por la provincia de Ávila, como ya le hemos señalado al paciente lector). ¿Cómo era posible aquéllo? ¿Qué estaba pasando? Y peor aún, ¿qué iba a hacer ahora el pobre Gregorio Sánchez (alias Samsa)? ¿Cómo iba a pedir ayuda? ¿Y qué iban a decir sus amigos si lo veían ataviado de aquella manera? Recordemos que no era Carnaval, sino comienzo de año. Pero ¿qué año? ¿2025? No, no, ahora Gregorio lo tenía claro: no estaba en 2025 sino en 1975 –el último año de vida del Caudillo–, cuando él ni siquiera había nacido. “¡Socorro!”, gritó. Nadie le hizo caso. Y en el piso de al lado alguien se puso a chillar: “¡Feliz año nuevo!”.

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