Por montera
Mariló Montero
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Alto y claro
En la convulsa España de finales de 1980 y comienzos de 1981 existía la sensación, ampliamente compartida, de que la democracia estaba a punto de descarrilar. El caos en el que vivía el Gobierno de Adolfo Suárez y la descomposición agónica de la UCD, la gravedad de la guerra declarada por el terrorismo de ETA, capaz de poner encima de la mesa un centenar de muertos en un año, y lo que entonces se consideraba un desmadre autonómico que ponía en riesgo la unidad nacional, conformaban un ambiente irrespirable en el que ganaban adeptos los partidarios de un golpe de timón. Entre ellos no sólo estaban la cúpula de las Fuerzas Armadas o los poderes financieros. También una parte de la clase política participaba de la necesidad de acabar con Suárez y reconducir la Transición, no sólo, por cierto, en los partidos de derecha. Muchos socialistas y algún comunista participaban de los ejercicios conspiratorios, que fueron algo más que charlas de café.
Y los Reyes. Algunos datos y testimonios están publicados sobre la percepción de peligro para la Corona que tenían en aquellos meses Juan Carlos y Sofía y como la muy tensa relación entre el Rey y Suárez estuvo en el origen de la nunca bien explicada dimisión del presidente a las puertas del 23-F.
Ahora, la aparición de unos audios grabados por la chantajista Bárbara Rey a Juan Carlos en sus encuentros furtivos vuelve a remover todo ese magma. Algunos años después, el Monarca le habría elogiado a su amante el silencio que había guardado el general Alfonso Armada comiéndose siete años de cárcel sin revelar los pormenores de una intentona en la que él iba a jugar el papel fundamental como presidente de un Gobierno de salvación nacional.
Nada que vaya a cambiar la Historia de España. Pero sí un recordatorio de que todavía hay mucha verdad del 23-F que está por salir a luz. Han pasado más de 40 años y ya es hora de que se conozcan todas las claves que todavía permanecen ocultas. Algunas tienen que ver con la actitud del Rey, más allá de su participación decisiva en la desarticulación del secuestro del Gobierno y el Parlamento. Pero cómo se cruzaron las diversas operaciones que buscaban el famoso golpe de timón con la astracanada decimonónica del teniente coronel Tejero en el Congreso y lo que pasó aquella tarde y aquella madrugada en los centros de poder civiles y militares es algo que permanece guardado bajo siete llaves. ¿Se sabrá algún día? Hay motivos para dudarlo.
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