La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Nadie quiere una guerra. Nadie quiere, por tanto, los brutales daños que una guerra provoca. Nadie. No es que cuarenta mil muertos en la franja de Gaza sean demasiados, cualquier muerto es un número disparatado y seguramente innecesario, pero no porque sean muertos de la franja de Gaza, como si fuera la única víctima, sino porque sean muertos.
Hamas es un grupo terrorista. Es decir, no son los buenos. Son los malos. Los muy malos. Puede preguntarse por ellos en Ramala, Cisjordania, donde la Autoridad Nacional Palestina, ausente por completo en esta guerra, que no es contra Palestina, sino contra Hamas y todo el terrorismo auspiciado por el régimen iraní, los sufre.
Hamas atacó a Israel. Provocó más de 1.200 muertos, secuestró a cientos de israelíes, algunos han sido devueltos o liberados, otros han muerto, 101 siguen cautivos. Israel declaró la guerra abierta a Hamas y atacó sus posiciones en la franja de Gaza. El ataque es intenso, sostenido en el tiempo y demoledor frente a los terroristas y sus infraestructuras, pero también afecta enormemente a la población civil de Gaza (en condiciones lamentables los vivos, muchísimos muertos hasta la fecha, sin visos de que acabe). La posición de Israel que tiene, sin duda alguna, derecho a la defensa es tan dura que puedo comprender que genere rechazo. En cierta manera, puede decirse que, aunque Israel esté ganando, pierde la batalla de la imagen.
Los hechos se completan con la escalada bélica porque Hezbolá ataca a Israel desde Líbano y, sobre todo, porque Irán lo bombardea directamente con más de 200 misiles. Irán no responde frente a los ataques en Gaza, que llevan un año. Irán responde a la muerte del líder de Hezbolá, cachorro terrorista suyo.
Israel tiene la cúpula de hierro, para defenderse, y funciona, y sus fuerzas de defensa no permanecen quietas. Su capacidad militar es indudable y el nivel de motivación y patriotismo es especialmente intenso. Se entiende si se conoce que radica en (y crece desde) su condición de país acosado, que contra todo pronóstico y con mucho sufrimiento (también con orgullo), ha derrotado sistemáticamente desde 1948 a sus acosadores. Por ninguna de las dos cosas, ni por la cúpula que detiene el desastre, ni por su defensa que pretende acabar con los terroristas, tiene que excusarse Israel.
Los acosadores son estados fallidos, dictaduras teocráticas o simples matones terroristas. Israel es una democracia. La corriente de simpatía hacia los enemigos de Israel, la antipatía a Israel por su reacción frente a la agresión, la resurrección del peor antisemitismo, disfrazado de pacifismo humanista, es un error gratuito o una manipulación peligrosísima. Yo quiero que esto termine ya, pero no de cualquier manera, sino con Israel victorioso y seguro. Quiero paz, pero no a toda costa. No quiero contribuir a instalar el terror ni ser el tonto útil que prepare el caldo gordo a un liberticidio.
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