Eduardo Jordá

Agenda

En tránsito

Se me hace muy difícil tirar esa vieja agenda con direcciones y teléfonos de personas que ya no están en este mundo

02 de enero 2019 - 02:37

Cada año, cuando llega el primer día del año, me hago el propósito de tirar una vieja agenda que tengo guardada desde hace siglos. Cada vez que la repaso, compruebo que esas direcciones ya no sirven. Muchas no me dicen nada. Y otras, ay, ya no me sirven porque las personas que vivían en esas calles y tenían esos teléfonos ya no están en este mundo. Amigos de la infancia, personas con las que había ido al colegio o a la universidad, gente que conocí y traté en otro tiempo, con direcciones que ahora ya no me dicen nada -Tanger Socco, Bridgehampton, Calle Concordia, Rosa dels Vents-: todas esas personas ya han desaparecido. Algunos nombres incluso suenan a completos desconocidos. ¿Quiénes eran? ¿Qué hacían en la agenda? ¿Dónde los conocí? Imposible saberlo.

Pero, aun así, se me hace muy difícil tirar esta agenda. Ahora, al pasar las páginas ya descoloridas, he visto la dirección de un amigo con el que compartí muchas horas en el colegio y después en los años de juventud. Murió hace mucho tiempo -estaba enfermo del corazón-, pero siempre lo recuerdo alegre y valeroso y dispuesto a enfrentarse a la vida. Tuvo varias historias de amor que fracasaron, y hasta sufrió una estafa por parte de alguien que se hizo pasar por un enamorado suyo, pero él lo aceptó sin hacerse mala sangre, a pesar de que sufrió mucho porque había llegado a querer a aquel chico (mi amigo era homosexual). En los últimos años de su vida nos escribíamos poco, pero sé que su vida fue bastante mejor que antes. Mi amigo sabía que le quedaba poco tiempo y lo aprovechó lo mejor que pudo. La última vez que nos vimos, poco antes de que muriera de un infarto fulminante -estaba escrito desde que era niño-, me dijo que no se arrepentía de nada de lo que había hecho y que estaba orgulloso de haber vivido como había vivido. Y luego soltó una de sus risotadas que parecían un pájaro muy grande y muy lento emprendiendo el vuelo en medio de la oscuridad. Eso fue hace muchos años, pero aún me acuerdo como si hubiera ocurrido ayer. Quizá, ahora que lo pienso, ocurrió ayer mismo.

Así que vuelvo a guardar la agenda en su lugar de siempre. Y allí está mi amigo, en su nueva casa -se la acaba de comprar-, tranquilo y feliz por fin, sabiendo que está viviendo la mejor parte de su vida. Feliz año nuevo, le deseo. Y desde el fondo del cajón, una pequeña vibración me responde: "Y lo mismo para ti".

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