Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Gafas de cerca
Mientras despunta el alba, cientos de jóvenes que participan en un festival de música electrónica conocido como el “festival de la paz” bailan, ríen, se abrazan y besan, quizá ya han bebido todo lo que tenían que beber. Causa pánico pensar que esas actitudes los hizo objetos propicios del ataque de un enemigo heredado, histórico y hasta bíblico. En ese momento de diversión era insospechada una blitzkrieg de Hamas, incluso para el Mosad. Cientos de cuerpos han sido recuperados, otros muchos se encuentran desaparecidos, raptados y hechos rehenes, y no se sabe si ajusticiados por los milicianos. Pensar en la escena pone los vellos de punta: chavales en la flor de la vida, ajenos a las tinieblas; antes al contrario, esperan a que la noche de gozo y relajo vaya entregando el testigo a un sereno amanecer. Una luz que –el infierno de repente– ven fulminada por la mayor de las oscuridades, la de los misiles, el fuego, la mutilación y la muerte. El horror. Los familiares de una chica alemana que participaba de la fiesta reconocen su cuerpo en un vídeo televisado, que se ha hecho viral: las rastas y sus tatuajes –ella era tatuadora– no les dan lugar a duda. En la batea de una camioneta, los soldados vociferan al ser grabados. Uno de ellos posa su pierna sobre la espalda del cuerpo inerte de Shani. Otro tira de un mechón de su cabello. Como quienes ostentan un trofeo de caza, que nunca escapará ya.
Compasión es una palabra heredada del griego a través del latín, significa “sufrir con el otro”. En un paso más allá y de plena bonhomía, el sentimiento de tristeza por alguien puede mover a proveer a quien sufre de ayuda, de apoyo, y así la compasión se erija en virtud. Cuando sabemos en el noticiario de cientos o miles de muertos en la guerra, casi siempre inocentes, por lo general no repudiamos, frente al televisor, el plato de lentejas del almuerzo o la tortilla de la cena. La compasión tiene las piernas cortas. Pero más que una noticia leída, una imagen puede verdaderamente conmovernos y quitarnos el hambre. Cabe reiterarlo: el dolor ajeno es difícil de hacer propio con grandeza, o sea, generosidad. La identificación y proyección en tus circunstancias afectivas –hermanas, hijas, sobrinas o nietas– a partir de una imagen como la de esa chica paseada muerta, lo lacerante de la crueldad humana hecha corpórea, puede moverte a una compasión en el fondo avivada por el miedo y el egoísmo. Puede ser.
¿Amarán esos hombres a sus hijas?
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