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En estos días un libro ha venido a remover el recuerdo de un personaje que encarna a la perfección ese tránsito, tan frecuente en artistas andaluces que, por distintas razones, eligen, o se ven obligados, a alejarse de lo local para abrazar otros horizontes. De ese personaje, Manuel García, es difícil hablar en singular: siempre le acompaña una radiante familia, entre la cual, dos hijas, María Malibrán y Pauline Viardot, lograron encumbrarse, como su padre, al máximo sitial en sus respectivas dedicaciones: la composición musical y el canto. Una familia que supone el mejor ejemplo de cómo abandonar la propia tierra implica dificultades: otra nación, otra lengua, otra cultura. Pero tras tantos esfuerzos, el cambio aporta también estímulos y permite lograr otras ambiciones. Gracias a su facilidad para europeizarse, los García mostraron, a su vez, el carácter artificial de fronteras, patrias y banderas. Y esta es la trama histórica que acoge este singular libro: Los europeos. Tres vidas y el nacimiento de la cultura cosmopolita, del historiador inglés Orlando Figes (recientemente publicado en Taurus). El título es sugestivo, pero poco explícito en cuanto al nombre de sus protagonistas. Y, desde la distancia de un escaparate, pocos podrían sospechar que explica las aventuras y logros de una familia de origen gaditano-sevillana. Por fortuna, desde hace años, padre e hijas ya no son extraños en Andalucía. Los profesores Romero Ferrer y Moreno Mengíbar les dedicaron, en 2006, un seminario (más tarde publicado), en Cádiz, y, éste último ha escrito una seria y bien documentada obra (Los García. Una familia para el canto), publicada, en 2018, por el Centro de Estudios Andaluces. La productora La Tirana también ha grabado algunas piezas.
Con la vida profesional y amorosa de los García se hubiera podido escribir una apasionante novela romántica. Pero resaltar esos llamativos aspectos de sus biografías no es el enfoque que persigue el nuevo libro de Figes. Utiliza sus actividades y peregrinaciones artísticas como medios para exponer la nueva sociabilidad y la peculiar confraternización que se extendió durante el siglo XIX por Europa. Los salones, las conversaciones, los teatros, las piezas musicales, el canto, la ópera y las nuevas maneras de amar fueron convertidas por García, la Malibrán y la Viardot en emblemas irrenunciables de sus existencias. Porque, además, buscaron siempre, en sus vidas y manifestaciones artísticas, la mayor libertad de comportamiento. Por eso puede pensarse que con esta familia entró en el continente otra civilización más abierta y cosmopolita. Fue un gran préstamo andaluz a Europa.
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