Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Postrimerías
De Publio Terencio, el comediógrafo latino del siglo II antes de la Era, nacido en Cartago y por ello llamado Afer o Africano, recordamos su origen servil, la polémica sobre la paternidad de sus obras –no se discutió que fueran suyas, sino el grado de colaboración de sus protectores y amantes filohelenos– y la anécdota, probablemente apócrifa, de su muerte en naufragio cuando volvía de Grecia adonde había ido a buscar piezas originales de Menandro, el príncipe de la Comedia Nueva a quien su émulo o adaptador siguió muy de cerca. Tan de cerca que, según algunas fuentes, habría muerto ahogado en el intento de recuperarlas o de pena al no sobreponerse a la pérdida. De una de sus comedias, que por la limpieza y la vivacidad de la lengua, y también por su moral ejemplarizante, se usaron durante siglos en las escuelas, procede el tantas veces citado “Nada humano me es ajeno”. Al contrario que su predecesor Plauto, el otro gran representante de la fabula palliata, o sea de la comedia romana de tema griego, Terencio disfrutó de una transmisión casi ininterrumpida ya en la Edad Media, aunque haya tenido menos fortuna en los escenarios contemporáneos. En España, la única traducción del siglo XVI se debe al humanista Pedro Simón Abril, coetáneo del Brocense, seguida mucho después, ya en el XVIII, por la menos conocida de Manuel Dequeisne, que como explica Luis Gil apareció como signo de la reacción ilustrada contra los jesuitas, que habían desterrado a los autores clásicos de las aulas para sustituirlos por los padres de la Iglesia. Tiene por ello una importancia capital el hallazgo de una traducción inédita de la Andria o Andriana–primera de las seis comedias de Terencio, todas conservadas– debida a una estudiosa dieciochesca hasta ahora desconocida, la soriana Laura Alexandra Sigüenza, localizada por un benemérito investigador en la valiosísima biblioteca de don Marcelino Menéndez Pelayo, de la que con razón se ha dicho que es una joya de relevancia sólo menor al conjunto de Altamira. En clave sociológica, el descubrimiento le pone al menos nombre a una de tantas mujeres de letras que han permanecido en la sombra y están siendo hasta donde es posible rescatadas en nuestro tiempo, pero también será interesante conocer las conclusiones de los filólogos cuando cotejen el texto con las versiones anteriores. Libremente adaptada por el gran autor de Los idus de marzo, Thornton Wilder, en su novela La mujer de Andros, la comedia cuenta un enredo muy del gusto alejandrino, pero lo fascinante es que sigamos hablando de ella tantos siglos después de que se representara por primera vez en las fiestas dedicadas a Cibeles.
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