¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
¿Dónde está la ultraderecha?
Palabra en el tiempo
LOS meses transcurren y ni José Antonio Griñán ni el PSOE consiguen normalizar sus expectativas electorales en Andalucía: el aluvión de desafecciones continúa imparable. El último Barómetro Joly repite los datos consabidos: el PP de Javier Arenas (y de toda la vieja hermandad que lo acompaña con una fidelidad de perro de ciego desde el pleistoceno medio), en caso de celebrar hoy elecciones autonómicas, sacaría a los socialistas siete puntos de ventaja. Estos datos, en otra comunidad y en otra circunstancia, apena suscitarían otra reflexión que la de constatar el incremento de uno a costa del otro. Pero en Andalucía no es así. Los datos del Barómetro de otoño son fruto de lo que podríamos denominar la anomalía andaluza, un fenómeno peculiar que carateriza nuestro canon democrático y que podríamos enunciar de este modo: es anómalo que un partido se mantenga en el poder indefinidamente y es anómalo también contar con una oposición abonada al fracaso indeterminado.
Otra paradoja. Si confrontamos a Griñán con Arenas podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que el que gana (en valoración) perderá, y que el que pierde en reconocimiento popular gana (4,9 frente a 4,4 en el Barómetro de otoño). Hace meses, cuando se divulgó la primera encuesta contraria a los intereses de los socialistas y Javier Arenas inició su peculiar subida al Olimpo (que en realidad es un ascenso estático), un dirigente del PSOE andaluz dijo que no se lo creía, que era incomprensible que el pretendiente eterno de la presidencia de la Junta, sin mover un solo dedo, sin propugnar un programa nuevo o meritorio y acompañado del mismo coro pudiera batir al PSOE. Yo creo que ese sentimiento de incredulidad, que aún persiste en las filas socialistas, no es tanto incredulidad en las expectativas del contrario como incredulidad ante el desmoronamiento propio. Porque Arenas sube en la medida que Griñán flaquea. Algo así como una reflexión inversa en el espejo. El rostro vencedor de Arenas es el reflejo que mide la decadencia de Griñán, y viceversa.
Y es esa conciencia de saber que el éxito del PP se mide no en méritos propios sino por el hundimiento del PSOE lo que da a los resultados de los barómetros ese peculiar aire de inconsistencia lógica. Una incoherencia que, por imposible para que parezca a los socialistas, tiene muchas posibilidades de realizarse. Que Javier Arenas, Antonio Sanz y el resto de políticos adictos al fracaso que uno ha visto crecer, madurar y envejecer repitiendo el mismo papel de perdedores logren ganar en Andalucía con quince o veinte años de atraso es, con perdón, un anacronismo, algo así como uno de esos juegos de tiempo de Regreso al futuro. Que pierda el PSOE, por su lado, es una merecida ucronía.
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