Ignacio F. Garmendia

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Para Lem, la literatura no humana habría nacido cuando las máquinas se emanciparon de sus artífices

14 de febrero 2023 - 01:49

Los avances en el campo de la llamada inteligencia artificial, de recurrente actualidad en estos tiempos que inauguran, a decir de los conocedores, una nueva era en la que también de la mano de la computación cuántica nos encaminamos a un mundo completamente distinto, inspiran a los humanos menos entusiastas reflexiones más bien melancólicas o a veces bienhumoradas, ligadas a un escepticismo que no niega los anunciados beneficios, pero observa con aprensión los peligros y acaso confía en que unos y otros tengan lugar en el improbable porvenir, cuando los irreductibles de la edad analógica ya no nos encontremos entre los vivos. A juicio de algunos expertos, los sistemas inteligentes de escritura -o de arte, música y otras disciplinas- competirán en un futuro no lejano con los creadores tradicionales, por así llamarlos, cuyas obras serán en la práctica indistinguibles de las concebidas por las máquinas. Esta inquietante perspectiva, desde luego, ya fue profetizada por la literatura de anticipación cuando aún no existían las ciencias computacionales, pero entre los narradores que han tratado de la materia, ya en los inicios de la revolución informática, destaca con mucho el polaco Stanislaw Lem, un grande absoluto. En uno de los cuatro apócrifos que conforman el fascinante Magnitud imaginaria, segunda entrega de su Biblioteca del siglo XXI, compuesta de prólogos y reseñas de libros inexistentes, glosó Lem la Historia de la literatura bítica, es decir de la literatura no humana, que habría nacido cuando las computadoras, programadas para simular la actividad cerebral, se emanciparon de sus artífices durante las pausas de reposo, llegando a alumbrar nuevas formas de expresión, teologías e incluso idiomas propios. Progresivamente, de las "ensoñaciones mecánicas" en forma de balbuceos o meras divagaciones, habrían pasado a continuar las novelas de Dostoievski. Frente a otras de su género, las obras del fabulador leopolitano se caracterizan, sin renunciar tampoco a una finísima ironía, por su rigor y por la hondura metafísica de sus especulaciones, que como ahora la realidad -aunque la posibilidad del libre albedrío de los artilugios sigue perteneciendo al territorio de lo fantástico- plantean importantes dilemas filosóficos y éticos. En otro de los falsos prólogos del volumen, Lem imagina una imposible enciclopedia del saber venidero, de la que ofrece un pliego donde se define la voz 'madre' de un diccionario "predicho" para finales del siglo XXII. Sólo en último lugar, después de otras acepciones que se refieren a máquinas dragaminas o bombas de nitrógeno, leemos: "Mujer que ha dado a luz (arcaic., no se usa)".

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