Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
En tránsito
Mi abuelo era “xueta”, es decir, descendiente de judíos conversos al catolicismo. En Mallorca había 15 apellidos que se consideraban contaminados. Quien los tuviera estaba marcado de por vida. Mi abuelo no tenía uno, sino dos apellidos contaminados, y encima poseía los rasgos físicos del típico judío: nariz ganchuda, cuerpo poco desarrollado, ademanes untuosos. Y para empeorar las cosas, era comerciante y procedía de un largo linaje de comerciantes. Ninguno de sus antepasados había trabajado la tierra ni había sido militar ni marino ni había tenido familiares vinculados a la Iglesia. Todos sus antepasados habían sido joyeros, mercaderes, tenderos, sastres, relojeros. ¡Oficios de judíos! Y eso no era todo: mi abuelo llegó a poseer una modesta fortuna –al menos para la época– y además tenía sentido del humor. ¡Qué intolerable! ¡Judío, judío! O dicho en términos mallorquines: ¡xuetó, xuetó!
En clase, cuando el profesor pasaba lista, recitaba el nombre de los alumnos con los dos apellidos. Y cada día, por la mañana, cuando salía a relucir mi apellido contaminado, una voz áspera cuchicheaba desde el pupitre de atrás: “¡Xuetó, xuetó!”. Para mí era un calvario. ¿Qué culpa tenía yo de mi segundo apellido? Pero aquella voz áspera no se callaba nunca. Era un chico de pueblo cuyo padre había muerto electrocutado cuando intentaba reparar un poste de electricidad. Los demás alumnos de la clase no decían nada, pero aquel tipo no era capaz de callarse: “Xuetó, xuetó”. Cualquiera que haya sido humillado en el colegio por su origen, por el color de piel o por su clase social sabrá de lo que hablo.
Aunque no lo parezca, los prejuicios antisemitas siguen tan extendidos como lo estaban cuando yo iba al colegio. Los judíos adoran el dinero, son desconfiados, sólo se casan entre ellos y tienen un marcado carácter intelectual (por algo son el pueblo más lector de la tierra). Y nuestra época –tan supersticiosa, tan ignorante– los asocia con el capitalismo y con la detestable democracia liberal de las potencias coloniales, culpables de haber esclavizado a los pueblos inocentes del Tercer Mundo. Es así de simple. Y si no entendemos esto, no entenderemos por qué un grupo tan siniestro como Hamas –enemigo del pecado y del capitalismo y de los judíos– sea capaz de despertar tantísimas simpatías entre nosotros.
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