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ANTONIO Rodríguez Luna forma parte del grupo de los pintores cordobeses más importantes del siglo XX. Inició una carrera precoz que le llevó a desembocar en los movimientos de vanguardia, donde encontró rápido acomodo su forma expresiva. Tuvo el reconocimiento de los premios y el acierto de viajar para ampliar horizontes, aunque a buen seguro que no haría con agrado las maletas cuando en 1939 marchó camino del exilio en México. La Fundación Guggenheim le becó en Nueva York, aunque sería en el país azteca donde brilló con luz propia sin renegar nunca de sus raíces españolas. La pintura de Rodríguez Luna es enérgica, colorista, de fuerte expresividad, oscilando desde el surrealismo de sus primeras obras hasta la abstracción de los últimos años, pasando por el realismo crítico, el neocubismo o el expresionismo. En 1981 decidió dar por cerrada su estancia en México y regresa a Montoro, la ciudad que le vio nacer, donde se reencontró con su infancia en sus últimos cuatro años de vida. En esta localidad hay un museo que reúne una breve muestra de la extensa producción de este artista cordobés. La Diputación de Córdoba se honró de este hecho y en diversas ocasiones enarboló el nombre de Rodríguez Luna. Hoy, 22 de junio, se cumple el centenario de su nacimiento, una cifra redonda para que cualquier político se colgase una medalla por cuatro perras y nadie se ha acordado de este gran pintor. Así paga Córdoba a los suyos.
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