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ASÍ, a bote pronto, no se detecta un precedente de corte similar en ninguna entidad deportiva. Promesas, todas las que quieran. Cada verano se escuchan en cualquier rincón del planeta en el que exista un club. ¿Objetivo? Ganar un título, ascender, mejorar... Elevar el listón de la exigencia forma parte de la esencia del deporte y de la empresa. El fútbol aúna ambas facetas. Pero lo de firmar un documento en el que se establece una indemnización si no se consigue un logro es algo que se sale de lo normal. Si hablamos de que ese objetivo es ascender a Primera División, el asunto sube grados. Y si se trata del Córdoba, que no cata la élite desde hace casi cuarenta años, la cuestión alcanza unas cotas de valentía y riesgo extremas. El que no se conmueva es que no tiene sangre. El nuevo accionista mayoritario, el empresario italiano Antonino Pulvirenti, no se anda con medias tintas: si no coloca a los blanquiverdes en Primera en tres años, pagará una penalización al anterior propietario, José Romero. Eso sí que es un compromiso, más allá de darle besos al escudo o soltar una retahíla de tópicos para acariciar la fibra sentimental de quienes, digámoslo claro porque así es, están vendo "colonizadas" por gentes llegadas de otras tierras las que han sido, para bien o para mal, sus señas de identidad. Los tiempos no es que estén cambiando, es que han cambiado ya. Ayer, mientras en la sede de Prasa se alcanzaba un acuerdo histórico, pasaron por delante del edificio Manolo Oviedo y Rafael Campanero a lo largo de la mañana. Pasado, presente y futuro a ritmo de villancicos. Córdoba no es Catania, pero ya lo dijo Boskov: "Fútbol es fútbol".
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