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JOSÉ Luis Rodríguez Zapatero, el inombrable para no pocos, pasó ayer revista a su polémica estancia en La Moncloa en una fría noche, típica de la comarca de Los Pedroches cuando llegan estas calendas. El expresidente, al que tan pocas veces se le vio por Córdoba cuando gobernaba, acudió a Pozoblanco, a las ya clásicas e imprescindibles Jornadas de Otoño de la Fundación Delgado Vizcaíno, y allí defendió su gestión lo mejor que supo, asumió algunos errores y reclamó, ahora, esos grandes pactos de Estado a los que PP y PSOE parecen tener alergia. Su ponencia, que se sirvió a modo de diálogo junto al abogado y escritor Santiago Muñoz Machado, fue un paso en ese proceso de regreso a la vida pública que Zapatero ha emprendido tras la publicación de un libro de memorias y después de un año largo de apartamiento y silencios. Es valiente y juicioso el político leonés al salir de nuevo, porque en realidad lo peor que podría hacer es esconderse o agachar la cabeza. Su discurso, sin embargo, blandea y quedan graves dudas sin aclarar sobre si se presentó a los comicios de 2008 ocultando a sabiendas el túnel económico en el que se metía España, lo que sería una gravísima irresponsabilidad. Lo que uno percibe en todo caso en sus palabras es la vieja sensación de que la recesión pilló a su Gobierno en paños menores y que las decisiones que se tomaron fueron erráticas y al salto, sin que hubiese nunca un plan general ni una hoja de ruta. Cierto es que le tocó pechar con la embestida feroz de una crisis histórica y astifina, pero aún así el coso en el que se lidiaba le quedó tan grande que apenas se le veía. A Zapatero, del que algunas conquistas sociales es probable que sí queden en la parte feliz de la memoria, se le ve hoy como un hombre pequeño, educado, oficinesco y gris en medio de una tormenta gigante, un presidente que llegó al cargo sin tener quizá la altura necesaria y debido a la falta de potencia que asuela a los principales partidos españoles desde hace años. Quizá habría sido un buen ministro, pero mucho le faltaba para ser un buen presidente. Y encima le vino lo que le vino, la hecatombe. Difícil camino tiene pues Rodríguez Zapatero para que su nombre no quede en los libros rodeado de sombras, aunque aún queda mucho para eso, pues no seremos nosotros, los de hoy, quienes escriban su historia, ese pasado que ya habita muriente en el torbellino de los días humanos.
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