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Ojo de pez
He visto y disfrutado estos días la serie documental McCartney 3, 2, 1, en la que Paul McCartney el productor Rick Rubin analizan y diseccionan en un estudio las canciones de The Beatles a la sazón de numerosas anécdotas. Por más que les pese a algunos, la influencia de aquel legado sigue siendo enorme en el siglo XXI, no menos de lo que fue entre los 70 y los 90. Pero no deja uno de preguntarse, todavía, cómo fue posible la aparición de un fenómeno semejante en la Europa de 1962, recién construido el Muro de Berlín y en plena Guerra Fría. El mismo fenómeno que cambió para siempre la cultura estadounidense (conviene no olvidar que Bob Dylan pidió un monumento a los Fab Four en EEUU) y cuyos efectos abrazaron sin problemas la cuestión geoestratégica: ya admitió Gorbachov que la fuerza extranjera que con más determinación influyó en la caída del Muro no fue la CIA, ni el Vaticano, sino The Beatles y todo lo que venían representando desde los años 60. Nadie quería perderse aquella fiesta. Los rusos tampoco. En la nueva serie documental, McCartney deja claro en todo momento que el grupo ponía especial empeño en vulnerar cualquier límite. Sus canciones iban dirigidas primero a las fans y luego a cualquiera que escuchase, cualquiera. Querían llegar a todas partes. Ser entendidos donde fuese.
Y supongo que aquí está, al menos en parte, el quid de la cuestión. Seguramente ha sido el rock la última expresión cultural que abrazó una aspiración clara de universalidad, de significar lo mismo para todos. A menudo esta intención ha jugado en su contra: no pocos músicos (tal y como le sucedió a McCartney cuando grabó Band on the run en 1973 en Nigeria) han sido acusados de impulsar un verdadero colonialismo cultural con criterios de expansión mercantilista cuando han integrado los registros musicales del hemisferio más favorecido, pero lo cierto es que la alternativa, la afirmación en la consigna aldeana entendida como último reducto de resistencia, no ha contribuido precisamente a hacer del mundo un lugar más amable. Lo que sí podemos afirmar es que muy a pesar de la tentación postmoderna, las canciones de The Beatles siguen gustando a mucha gente, generación tras generación, en todas partes. Lo que demuestra, tal vez, que sí hay verdades que nos atañen a todos por igual. Aunque no sean necesariamente las verdades más urgentes.
Se refirió Jacques D'Hont a Hegel como el último filósofo que explicó la totalidad. Y sí, es cierto: después de Hegel no hay nada parecido una totalidad en la experiencia humana. Salvo The Beatles. Quién sabe.
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