La esquina
José Aguilar
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Anteayer viernes y ayer sábado, la prensa, no sólo la especialista, ha dedicado horas y páginas en cantidad a la fusión entre Caixabank y Bankia, que de facto es una absorción de la segunda entidad por parte de la primera. Hemos leído justificaciones técnicas impecables sobre la pertinencia de dicha operación para todas las partes: compartirán esfuerzo tecnológico, uno de las inversiones más estratégicas de la banca actual; también se producirán sinergias de costes, es decir se harán redundantes algunos de ellos, desde el alquiler y mantenimiento de sucursales al personal: de nuevo temor intranquilidad para los empleados, tan sometidos al estrés por la reinvención del servicio bancario tras la crisis de 2008 como por la presión por la venta de cualquier servicio o producto, sea de banca o no. Cabe confiar en que dos bancos de tal dimensión --uno de ellos, menor, Bankia, pero no se olvide que es de propiedad pública a través del FROB-- sabrán ser socialmente responsables, en consonancia con sus declaraciones y dorados departamentos de RSC.
Bankia fue el banco donde se tapó la mayor parte del desfase patrimonial (vulgo agujero) del sistema bancario -sistema cajario, para mayor precisión- tras aquella crisis que fulminó a las cajas de ahorros y que exigió un rescate exterior de más de 60 mil millones. A la entidad madrileña y algo valenciana regida en su nacimiento por Rato le llovió un tercio de aquella cantidad, y ha devuelto alrededor de un escaso 15% de su rescate. Caixabank es un banco moderno y poderoso, sobre todo en el interior del país. Por eso cabe hacer una reflexión que puede complementar a los análisis técnicos de ayer y, sin duda, también de hoy. Caixabank es un banco catalán, aparte de un sede táctica y oficial en Valencia motivada por la voladura del procés. Un megabanco de gran implantación nacional y con activos y pasivos del nivel de Santander y BBVA, aunque con menor presencia internacional que éstos. Ahora, el erario público deberá recibir una parte de lo prestado en el rescate, y decir adiós al resto. Y aun así, el Estado seguirá contando con un valioso 15% en el nuevo gran banco fusionado. No sabemos por cuánto tiempo.
Queda poco espacio para una consideración que sugiero no se tenga por conspiranoica: es razonable. Caixabank es, ya se ha dicho, catalana, y bien pudiera ser una aspiración independentista que su caixa fuera el estandarte bancario nacional. Bankia es también española, pero madrileña de origen. Y del Estado. Hay ahí algo más que una fusión. "Yo ahí lo dejo", se dice. Por ahora.
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