Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
¡Oh, Fabio!
La división entre barrios proletarios y burgueses es hija de la Revolución Industrial y los ensanches urbanos. Antes, en el Antiguo Régimen, no existía un urbanismo de clase. Nobles, pecheros y menesterosos vivían en confusa maraña en los que hoy se conocen como cascos históricos. Los ricos todavía no tenían esa obsesión actual de agruparse en barrios y urbanizaciones elitistas y los pobres aún no habían sido expulsados a los desmontes del extrarradio, esos que Baroja retrató en su trilogía La lucha por la vida, la mejor literatura suburbial en nuestra lengua.En Sevilla, la gran división fue entre el norte y el sur. Grosso modo, porque ningún proceso social es puro y suelen estar llenos de contradicciones, en la zona septentrional se situaron las clases más desfavorecidas, tanto que llegó a ser conocida como el Moscú sevillano. Pero eso también es ya historia antigua. Hoy, a la que antaño fue terrible zona roja no le queda ya nada de proletaria, aunque conserva una cierta identidad izquierdista debido a una neopoblación mayoritariamente formada por profesionales progresistas de clase media. De ese mundo, precisamente, sale gran parte de esa nueva siniestra podemita que se caracteriza por la radicalidad de su discurso político y lo mesocrático de sus intereses.
Esta perorata sociológica, diletante y ociosa, viene a cuento de la gran trifulca que se montó el otro día en el barrio de Vallecas por el mitin de Vox. La extrema izquierda ha querido convertir a este legendario barrio rojo en el Stalingrado del Vox madrileño, pero sólo ha conseguido evidenciar sus muchas contradicciones y ridiculeces. En primer lugar ha dejado muy claras sus pulsiones autoritarias y violentas al considerar de uso privativo espacios que son públicos y, por tanto, pertenecen a todos los ciudadanos, sean de la ideología que sean; en segundo, ha demostrado una incapacidad de lectura de la realidad: Vox no fue a Vallecas a provocar, sino sencillamente a buscar votos a los antiguos graneros de la izquierda, como han hecho todos sus compañeros políticos en Europa con muy buenos resultados (los obreros no llevan coleta); en tercero, los JASP de la izquierda extrema han actuado como cortijeros abstencionistas al lanzar tuits en los que reclamaban como "nuestros" barrios que nunca pisan, lugares donde no sirven sashimi ni cerveza artesanal a tres euros el botellín; y en cuarto y último lugar, le han proporcionado un balón de oxígeno a un partido que muchos daban por muerto en las autonómicas madrileñas. Cada pedrada se ha convertido en un centón de votos.
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Gracias, Errejón