Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Quousque tandem
Cada vez añoro más el genio de Berlanga. El suyo y el del gran Rafael Azcona, pues no se puede entender gran parte de la obra de uno sin los geniales guiones del otro. Raro es el día en el que no me brota de modo espontáneo la pregunta de cómo hubiera llevado a la pantalla cada una de las extravagancias que nos regalan la política, los partidos, la sociedad, la economía y hasta la Iglesia. ¿Se imaginan una Escopeta nacional hoy, con su legión de comisionistas de mascarillas en plena pandemia? ¿O esos grupos de familiares, amigos y allegados a reventar de tiralevitas y vendehúmos ejerciendo de sacacuartos rebañaollas? Y para completar la trilogía, un fugado de la justicia que se proclama exiliado y es elevado a los altares del nacionalismo. Por no sacar a la palestra el Bienvenido Mr. Marshall de los Next Generation, que no sabe uno dónde pueden estar realmente, porque un día nos llueven tractores y otro pasa la comitiva a todo trapo. O la triste actualidad de El pisito, que aunque dirigida por Marco Ferreri, se soporta sobre un guion de Azcona tan berlanguiano como azcónico. Y hasta sueño con una versión de Novio a la vista pero con un amartelado presidente retirado a meditar su futuro junto a su particular Julieta. O quizá, pensándolo mejor, de Esa pareja feliz; con Fernán-Gómez y Elvira Quintillá navegando entre la alegría de haber ganado el premio de la radio y las cuitas laborales del marido enamorado.
Pero, curiosamente, en un país sin presupuestos, con las Cortes Generales paralizadas, un gobierno que se vanagloria de anunciar novedades a bombo y platillo que acaban quedando en saldos de mercadillo y permanentemente enfrentado, lo que más interés ha generado estos días ha sido la decisión de unas monjas de abandonar la Iglesia Católica para seguir a un supuesto obispo que, en un remedo de aquella genialidad que fue jueves, milagro, nos recuerda que entre los españoles hay dos grandes grupos; los chupacirios que van delante del párroco alumbrando y los matacuras que le persiguen para apalearlo. Y es todo tan vodevilesco que basta ver al protagonista para colegir que no hay prelado preconciliar capaz de usar traje talar de tan mal paño. Que una cosa es vestir de Gammarelli, la legendaria sastrería romana de papas y cardenales, y otra muy distinta disfrazarse de obispillo para salir en una chirigota de carnaval.
Concluyamos: España es hoy un pasillo de comedia.
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