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La tribuna
CUANDO era un chaval a las botas de agua las llamábamos katiuskas -hay quien las sigue denominando así-. No se acueste sin saber algo nuevo, a lo Libro Gordo de Petete, ahora que estamos en clave de recuperación memorística: se llamaban así por la protagonista de una zarzuela, ese género tan español, que lucía unas durante su actuación. A diferencia de las que hoy contemplamos, un universo de colores, diseños, serigrafías y mil decoraciones imaginables, aquellas botas de agua de mi infancia eran de un único y riguroso color, de un marrón que prefiero no comparar, vaya que usted sea de los que gusta leer la prensa mientras desayuna, ya sabemos de lo que hablamos. Las botas de agua fueron -y siguen siendo- el consuelo de las familias, la desdicha de los zapateros, el antídoto contra resfriados, catarros, pulmonías y demás estragos invernales, la armadura soñada de todos los amantes al barro. Había mucho -y sigue habiendo- de libertad, de seguridad, en las botas de agua, en las katiuskas, ya que te permitían seguir tu camino, avanzar, jugar, correr, sin temor a los charcos, al barro. Y eso que ya no nos encontramos los charcos de antaño, asfaltadas y aceradas nuestras ciudades, es difícil encontrarse con uno de aquellos descampados asalvajados y fangosos de mi infancia, en los que, por otra parte, éramos tan felices, protagonizando aventuras, explorando lo desconocido, despilfarrando tiempo y energía y alimentando lavadoras y enfados varios. Todo son ventajas en las botas de agua, se mire por donde se mire. No hablemos de olores, que eso ya es un tema personal, un daño colateral que el consumo adecuado de esos polvitos tan eficaces que venden puede aminorar, e incluso eliminar. Una pequeña incidencia que no pone en jaque la efectividad y utilidad de las botas de agua.
Recupero la imagen, húmeda y enfangada, de las katiuskas para referirme a la reforma del aborto que pretende llevar a cabo el ministro Gallardón, ese Caballo de Troya en la progresía derechona que no ha dudado a la hora de mostrar su verdadera cara cuando ha tenido la ocasión. Una reforma que no cuenta con el consenso político, tampoco con el social. Por no contar, no cuenta ni con el propio aval de la totalidad de sus compañeros, de los miembros del partido que sustenta al Gobierno. Sin embargo, como si se tratara de una nueva Cruzada, a modo de misión sanadora y reparadora, Gallardón pretende llevar a cabo su reforma por encima de todo y todos. Y, sobre todo, por encima de ellas, de las mujeres, como casi siempre. Les costó mucho a las mujeres de este país contar con una Ley del Aborto que tuviera en cuenta los plazos, las peculiaridades, las circunstancias personales y sociales de las afectadas. Les costó mucho a las mujeres tener una ley que estuviera en consonancia con las que están vigentes en la práctica totalidad de Europa, en la inmensa mayoría de los países que conforman eso que conocemos como mundo civilizado. Una Ley, y es motivo para reflexionar profundamente, que no ha gustado ni la mismísima hija de Le Pen, Marine. Históricamente hemos permitido que las mujeres se enfrenten desnudas, sin defensa, a las adversidades, y nos vanagloriamos justificando que eso, que tiene nombre y se llama desigualdad, las ha hecho más fuertes, más duras, más resistentes. Las mujeres pueden con todo, argumentamos, y nos quedamos tan panchos y, sobre todo, nos quedamos sin hacer nada ante esta injusticia.
Ahora intentan despojar a las mujeres de esas botas de agua que supuso una ley que las protegía de buena parte de los perjuicios y daños que se encuentran en el inmenso y profundo charco que es un aborto. Un charco que ninguna mujer quiere pisar, que siempre tratan de esquivar, que es producto de una lluvia de fracaso e insatisfacciones. Y cuando no queda más remedio, cuando se han agotado las direcciones y los caminos, cuando es la única posibilidad, las mujeres necesitan de sus botas de agua. Para una vez que las han tenido, que han podido sentirse resguardadas, Gallardón pretende que las mujeres recorran el charco descalzas, sin ninguna protección, sin capacidad de decisión, ya decide la Ley por ellas. Vuelve la lluvia a la vida de las mujeres, en realidad nunca les ha escampado del todo, y vuelven, como no podía ser de otra manera, los charcos. No permitamos que les arrebaten sus botas de agua.
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