Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Crónica personal
Fin de semana en el que las redes sociales están convocando más botellones. No son ya reuniones masivas para beber sin necesidad de pagar los precios que exigen en discotecas y bares. No. En los últimos tiempos, bandas urbanas se han sumado a esos botellones con ánimo de delinquir, robar y buscar camorra. Las fuerzas de seguridad se han visto desbordadas ante quienes han convertido los botellones en batallas que han terminado con heridos, algunos de gravedad, y detenciones.
A la presencia de "profesionales" de la violencia que acuden a los botellones con cuchillos, navajas y puños de acero, se suma una cultura de la violencia que se apodera gradualmente de mayor número de jóvenes.
Hace años que, en todo el mundo, profesores, padres, policías y sociólogos se quejan de cómo la violencia ha afectado al comportamiento de jóvenes y no jóvenes, con tanta facilidad de acceso a la televisión y el cine, y ahora de las plataformas y las redes sociales, consideran habitual escenas que no dudan en incorporar a su cotidianidad. Estos días, varios docentes han alertado sobre la serie coreana El juego del calamar, de una violencia que traspasa todos los límites. Algunos han expresado su preocupación porque alumnos de ocho y diez años comentan sus capítulos, y hay centros que han enviado circulares a los padres de los más pequeños para que asuman que la educación y el buen uso de la televisión es responsabilidad suya.
Noruega se ha visto sacudida por un hombre que ha matado a persons a las que atacó con un arco y flechas. La Policía dice que era un musulmán radicalizado, pero con seguridad su abogado defensor, cuando lo tenga, dirá que sufría problemas mentales, aunque cualquiera que esté atento a lo que ocurre con la sociedad advierte que no ha incrementado el número de personas mentalmente perturbadas, sino que la entrada a saco de escenas de violencia extrema en nuestros hábitos ha provocado la indiferencia ante el horror o, lo que es peor, ha inclinado a gente de toda edad y formación a tratar de experimentar con ella pera ver "qué se siente", declaración que muchos jueces han escuchado en boca de delincuentes.
Se ha llegado a un punto en el que lo que menos preocupa de un botellón son las borracheras. Lo peor es tener la desgracia de entrar sin querer en el escenario en el que bandas urbanas buscan a sus víctimas. Y, cuando desde una tribuna política se dan voces de alerta, de inmediato se escuchan acusaciones de "facherío" y de intentos de restringir la libertad de los ciudadanos.
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