Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Fatiga, cansancio general, somnolencia durante el día, dificultad para conciliar el sueño por la noche, irritabilidad, falta de concentración y disminución del rendimiento físico e intelectual … Son solo algunos de los efectos del cambio de hora, con el que llevamos menos de una semana. Y todo esto, dos veces al año. Unos efectos que se publican en todas las webs sanitarias y en todos medios cada vez que toca adelantar o retrasar el reloj -en el caso de los analógicos, porque los digitales andan solos- y que se prolongan más allá de una semana.
Entrados en el horario de invierno, ahora toca eso de decir que ya se notan que las tardes son más cortas o que a las seis de la tarde es de noche, lo contrario de cuando cambiamos el reloj para dar la bienvenida al ahora lejano verano, cuando decimos eso de ya se notan las tardes más largas porque anochece después. Pura inteligencia y sabiduría popular. Son expresiones, frases que repetimos cada estación y cada cambio de hora.
El debate de la conveniencia de retrasar o adelantar el reloj es un clásico año tras año y parece no tener fin, a pesar de las desventajas o de los beneficios que sus detractores o sus defensores esgrimen cada temporada.
Sin embargo, este debate pasó de las calles a la Comisión Europea, que tras someterlo a consulta popular llegó a proponer eliminar esta medida. Y es que, la Comisión Europea llegó a difundir en marzo de este año una encuesta abierta a los ciudadanos en la que el 84% de los participantes abogaron por tener el mismo horario durante todo el año. En aquella encuesta, por cierto, España fue el séptimo país de la Unión Europea en cuanto a número de participantes y el 93% votó también a favor de eliminarlo.
La fecha inicial prevista era el año 2023 para acabar con todo esto, y digo era porque no se va a llevar a cabo el año que viene y seguiremos con el cambio. Ahora, según ha publicado el Boletín Oficial del Estado, nos vamos mínimo hasta 2026. Se supone que esta alteración horaria conlleva un ahorro mínimo de energía, algo tan codiciado en nuestros días y en nuestra maltrecha economía, pero ni por esas.
Sea como sea, el cambio de horario parece seguir no teniendo fin por mucho jet lag y efectos secundarios que nos produzca eso de adaptarnos al tic tac cada estación.
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