Joaquín Pérez Azaústre

Cándida diplomática

reloj de sol

04 de mayo 2011 - 01:00

HAY literaturas que se enmarcan en una percepción de lo vital. Son un descubrimiento autobiográfico, con una dosis densa de ficción para vestir la vida de narratividad. En ocasiones, la vida es demasiado literaria, y hay que vulgarizarla lo bastante para que resulte verosímil. Hace pocos días escribía Antonio Muñoz Molina, en un artículo confesional lleno de verismo literario, que cualquier persona con una historia que contar -la propia vida sirve- y voluntad para hacerlo, puede llegar a escribir una novela valiosa. En cualquier existencia hay momentos plenos de tensión literaria, pero no siempre esos momentos pueden convertirse en buena literatura. Imaginemos, en esta línea, una novela como un artefacto artesanal: artesanal o artístico, según el caso, pero en todo caso un artefacto. La dosis de verdad que lleve encima no garantiza el buen funcionamiento del objeto, y la verdad notarial de cualquier historia verdadera no significa que pueda resultar creíble. El gran logro esencial de Julio Verne fue lograr hacer posible lo imposible, más cercano el misterio. De Julio Verne, en realidad, nos importa muy poco descubrir si realmente un cañón de calibre estratosférico, en el ambiente industrial norteño de la guerra civil norteamericana, era capaz o no de enviar un proyectil habitado a la luna, que acabaría cayendo sobre su superficie; nos importa, únicamente, que la verdad literaria nos traduce la impostura vital. Así sentimos cerca, hoy todavía, la utopía del Capitán Nemo, su extraña salvación en La isla misteriosa, independientemente de que ocurriera o no. Porque lo novelesco, ¿existe de verdad? Sí en nuestra lectura, donde ya vivirá para siempre. Sin embargo, el mayor relato autobiográfico, por cierto que sea, puede revestir esa espesura del mero folletín, y entonces la verdad se vuelve estéril.

Viene a cuento esta reflexión -podríamos seguirla: también la reflexión deviene en cuento- por la llegada a Córdoba de Helena Cosano, y la firma de ejemplares, en la Feria del Libro, de su última novela, Cándida diplomática, publicada por Algaida. Helena Cosano ha sido o sigue siendo diplomática, y haciendo una lectura transversal de la novela se entiende que la propia experiencia es el mayor sustrato potencial de la historia. La escritora le da la vuelta al artificio, dotándolo de un fondo de verdad, en el que la pericia dialogada convierte la ficción en testimonio ágil barnizado de humor. Es otra vertiente inabarcable, en la relación, siempre difícil, entre la realidad y su relato: la escritura humorística, que logra distanciar al narrador de su propia autenticidad narrada, para acercarla al lector. Hay una ligereza voluntaria en el libro, una fugacidad de la intención que nos da la medida de una inteligencia en la escritura: superficialidad sólo aparente, con una vocación determinada a descubrir un mundo y sus recodos, sus grietas solitarias. Cándida diplomática ha venido a Córdoba con su letra agridulce de embajada.

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