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Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Transcurre la temporada taurina maquillando sus actuales miserias con un triunfalismo hueco y sin contenido. El escalafón está viciado y acomodado. Las figuras están en exceso acomodadas y su supremacía les permite hacer y deshacer a su antojo. Lo fácil les beneficia. Lo malo es que no encuentran oposición alguna a su presumible comodidad. Ni por parte de otros que vengan a moverles el sillón, a los que no dejan lugar en las ferias, ni tampoco por unos espectadores, cada vez más entregados a la causa, de los que tarde tras tarde ocupan los principales puestos en los carteles.
El grupo de cabeza anda a sus anchas. Imponen ganaderías y compañeros sin bochorno alguno. Solo buscan el apurar las temporadas que les queden, obteniendo el máximo beneficio con el menos compromiso posible. El toro falla tarde tras tarde. Solo aparece muy de tarde en tarde. Solo asoma puntualmente cuando los actuantes son tres toreros alejados de los truts, que manejan los hilos de la fiesta. Y es que los ganaderos se han rebajado a los intereses de aquellos que les sacan sin problemas las corridas de sus casas, eso sí, pagando el precio de no ser dueños de nada, ni de poder estar orgullosos de decir que son ganaderos de reses de lidia.
El toro que lidian, los que presumen de figuras, adolece de las virtudes fundamentales de las que debe atesorar un animal de combate. Ayuno de casta y presencia, lo mínimo que hay que pedir, y lo que es peor, falto de integridad por todos lados digan lo que digan. Pitones romos, escobillados, astigordos en exceso, incluso sangrantes como se vio recientemente en Pamplona. ¿Problemas de sanidad animal o exceso de escofina y lija? La presunción de inocencia es un derecho, pero ríanse del toro que cogió al viejo Miura cuando lo soltó de un árbol donde se le estaba arreglando los pitones, o del Guerra que aseguró que si sigue más en el toreo los deja todos mochos, incluso del apeadero-barbería de los Merinales, donde se adecentaban los pitones en la llamada edad de oro y también de las triquiñuelas de las postguerra. Sigan así, defiendan el fraude y a los que lo promueven. Si la autoridad cumpliese su cometido habría sanciones a diario, incluso inhabilitaciones para lidiar, pero como se hace la vista gorda y se mira para otro lado, todo es válido. ¡Qué falta haría alguien que emulará el gesto de don Antonio Bienvenida ante el afeitado!
La tragedia y el drama son necesarios en la fiesta. Sin ellas la lidia sería insustancial y banal. El torero tiene que tener halo de héroe. El mortal no debe de sentirse capaz jamás de sentirse oficiante de la liturgia que se reviste de sedas y oro en la lidia. Hoy con el toro disminuido, cualquiera siente la necesidad de convertirse en torero. Es por lo que los escalafones están tan poblados como repletos de mediocridad. También crecen las asociaciones denominadas de aficionados prácticos, gentes que quieren sentir la sensación de lo que es el toreo. Siempre los hubo, antes eran conocidos como sportman y se enfrentaban a toretes que hoy serían validos en muchas plazas de segunda categoría. Beneficiosas para la promoción de la fiesta, a la larga estas asociaciones se pueden convertir en una lacra si se gestionan de forma interesada. Por lo pronto, a golpe de metal, ya están privando de muchos tentaderos a aquellos que empiezan a querer iniciarse en este difícil y complicado mundo.
A todo esto hay que añadir la pérdida de valores. Antaño el matador de más antigüedad siempre gozaba del respeto de los más modernos. El usted era norma obligada y habitual. Por poner un ejemplo, Manolete siempre hablo de usted a Marcial Lalanda a pesar de que el madrileño estaba a años luz del Califa de Córdoba. Hoy sin embargo se ningunea al veterano en un claro abuso de poder. Un claro ejemplo es la ausencia de Enrique Ponce en la feria de Málaga. El valenciano solicitó actuar en la corrida de Nuñez del Cuvillo, ganadería que está temporada está dando buen resultado y donde eran fijos Morante de la Puebla y Manzanares. Se le dice que no, y que si quiere estar presente tiene que torear la corrida de Victoriano del Río abriendo cartel junto a el Juli y Perera. Ponce dice que nones y al final no estará en la Malagueta. Más tarde, la empresa le informa que una solución hubiera sido que Jiménez Fortes, que finalmente ha entrado en la corrida de Nuñez del Cuvillo, hubiera pasado a la de Victoriano del Río para que Ponce ocupara su lugar como era su deseo. Está claro que Juli y Perera se han negado a acartelarse con Fortes, puesto que nadie les abriría cartel y además el malagueño es un hueso duro de roer y más ante sus paisanos. O sea, que a los figuras de hoy no respetan a un torero con veinticinco años de alternativa y que ha dicho en la tauromaquia actual más que ellos juntos por mucho que medren e impongan. No hay nada más que tirar de hemeroteca.
En fin, ellos son los que mandan, haciendo y deshaciendo, pidiendo se consientan sus felonías como solicitar una fiesta triunfalista donde sobran todos aquellos que demanden un espectáculo integro y puro, como recientemente ha manifestado Perera. Lo malo es que algunos les ríen la gracia y comen de su mano. Lo último ha sido como un informador, caso de Enrique Romero, en un pregón taurino ha reivindicado una fiesta menos trágica y dejar de escuchar a los que lo vemos todo mal. Son los cantos apocalípticos de una fiesta que ha sido desnudada de todo lo que quedaba de su purismo y grandeza. El mal está dentro y no fuera como se pretende hacer ver.
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