Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
CUANDO se alcanza la elite, o cuando pensamos que la hemos alcanzado, el ser humano comienza a cuestionar aquello que no es de su agrado. En algunas ocasiones sus razones pueden ser justas, pero en otras, las más, la soberbia de su ego comienza a rechazar todo aquello que piensa, o puede pensar, que no le beneficia para mantener su posición elitista. Es entonces cuando surgen los vetos y las censuras sin tapujo alguno a todo aquel, o aquello, que se intuye que molesta e incómoda. La creencia de estar en posesión de la verdad más absoluta, lleva al ser humano a un punto en el que desprecia cosas, que en ocasiones, les fueron favorables para alcanzar ese lugar por el que se lucha de forma denodada.
En el mundo de los toros ocurre lo mismo. No hay que olvidar que este estamento del toreo, propio de nuestro país, es un fiel reflejo de la sociedad en la que vivimos. El torero se puede incluso ampliar a otras piezas del tablero como apoderados, ganaderos o empresarios, cuando alcanza la cima suele adoptar posturas de imposición de todo aquello que cree que le favorece. Obviamente también inicia un desecho de todo aquello que le molesta. Es cuando se veta a compañeros, ganaderías, plazas, informadores o medios, por ser incómodos para sus intereses particulares, la mayoría contrapuestos con los del público que les ha llevado a ocupar su ventajosa posición.
A veces estas actitudes, la mayoría infundadas y caprichosas, rozan el absurdo más absoluto. Una de ellas fue siempre -la historia así lo demuestra- el erradicar algo superficial e insustancial como puede ser el pelo o capa del animal al que hay que enfrentarse. Al imponerse en la cabaña brava la sangre procedente de Vistahermosa, cuyo pelo negro es mayoritario, otros pelos más variados comenzaron a sufrir el acoso de los toreros, por considerarlos de sangres, castas y ganaderías menos proclives para el lucimiento. Por eso capas como la jabonera, hoy gracias al discutido Juan Pedro Domecq otra vez en boga, la cárdena, o la berrenda comenzaron a desaparecer de los ruedos por las manías de aquellos que alegaban que tenían algún goterón de sangre bastarda y que no era propicia para el toreo.
En la pasada feria de Salamanca Miguel Ángel Perera obtuvo un triunfo que tuvo repercusión nacional. El extremeño tuvo una actuación redonda ante un bravo toro con el hierro de Montalvo. Faena para el recuerdo y que se seguro será una de las referentes de la temporada. Perera bordó el toreo. Ese andar metido en terrenos del toro que, a poco que haya un toro exigente, hace vibrar a los espectadores. Frente a él un animal con el hierro de Montalvo, de nombre Brivón, bravo y que fue premiado con la vuelta al ruedo. Teniendo en cuenta que la ganadería charra de Montalvo hoy es mayoritariamente de sangre Parladé-Domecq, todo normal. Pero si decimos que Brivón lucía una capa poco común y que nos retrotraía al pasado podemos desvelar que un pelo pinturero no marca jamás las condiciones de un animal para una lidia lucida, completa y estética.
Brivón, el toro de Salamanca, tenía un pelo berrendo en negro aparejado, propio de la ganadería a la que pertenecía, así como a los orígenes más primigenios de la misma. Un toro que lucían los de Vicente Martínez, quien aconsejado por Salvador Sánchez Frascuelo, cruzó su piara de reses colmenareñas con un toro andaluz, de igual capa, de la casta vazqueña y procedente de la de Concha y Sierra. Un pelo que a pesar de la absorción de la sangre primitiva con sucesivos cruces con elementos de la vacada de Ibarra, fue característico en la casa y que eran vistos con buenos ojos incluso por aquel privilegiado del toreo que fue Joselito El Gallo. Un pelo que poco a poco fue marginado por la torería andante y reinante, desapareciendo prácticamente de las grandes plazas y conservado de forma testimonial por el ganadero como vestigio de la vieja y recordada ganadería de Martínez. Tanto es así que en la otra ganadería procedente de ella, como es la de nuestro paisano Ramón Sánchez, hace años que desapareció por completo.
Brivón con su juego demostró que en ocasiones, cuando se llega a la elite, el veto puede ser algo caprichoso y arbitrario. Algo que puede rozar la superchería y la superstición que bien casan con la falta de formación y preparación del ser humano. La bravura es algo aparejado al comportamiento en la lucha y no en el fenotipo o características externas. La variedad de capas, o pelos, es algo que enriquece la cabaña brava, y este argumento es suficiente para erradicar vetos caprichosos que solo cercenan lo que antes era lógico y normal.
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