Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Su propio afán
Los optimistas sabemos que lo nuestro es raro, muy raro. Va en contra de la selección natural para la pervivencia de la especie. Está muy estudiado. El hombre percibe mejor las amenazas que los regalos y recuerda mejor el dolor que la felicidad. Es la manera más eficaz de prevenir daños futuros y de anticiparse a las amenazas latentes. El optimismo, por tanto, es un excedente de seguridad, de confort, de inadvertencia y de ingenuidad. Si el optimista siente el constante impulso subconsciente de pedir perdón por su alegría, tiene razón, porque es un privilegio.
Más que perdón, hoy pido, por favor, un mínimo de pesimismo elemental a nuestros políticos y dirigentes. La situación pinta muy fea allí donde uno ponga los ojos. A la guerra de Ucrania se suma el salvaje ataque a Israel. Son masas tectónicas geopolíticas moviéndose en contra de Occidente. Rusia y China buscan desestabilizar el mundo para desbancar a los Estados Unidos, primera potencia tambaleante, de la que Europa va de la mano. Los movimientos migratorios masivos tienen mucho que ver, y en buena medida inyectan en nuestras sociedades una cosmovisión antioccidental. Todas estas virulencias y amenazas sacuden una economía que tiene unas debilidades cada vez más evidentes.
A lo que hay que sumar la crisis demográfica, nuestra crisis institucional interna y la crisis moral. Por lo visto, los vigilantes de contenido de las redes sociales sufren un inmenso desgaste psicológico ante la marea negra del mal que se cuela en las imágenes: crimen, pornografía, sadismo. Esas pulsiones oscuras están aumentando en nuestra sociedad. Y las pulsiones grises: depresiones, crisis nerviosas, falta de sentido. Tanto el aumento de suicidios como el de consumo de antidepresivos nos quieren avisar de algo.
Este repaso es apresurado y, además, muy imperfecto, pues mi querencia es fijarme en lo bueno siempre. Pero creo que para que este mundo no termine reducido a cenizas necesitamos cenizos, esto es, gente al mando que sea capaz de detectar los peligros, las debilidades y los agujeros negros, y se ponga manos a la obra para prevenirlos y repararlos. Nuestra civilización y nuestros hijos se merecen esa preocupación, pero sólo vemos frivolidad, gastos políticos ingentes y ridículos, demagogia, debilitamiento de las instituciones, ceguera, ambición y egoísmos personales. Y ni siquiera alegría, que los optimistas, al menos, eso sí teníamos.
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