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Qué barbaridad comprobar el alivio que ha supuesto para algunos poder abrir la puerta del piso de la playa. No podían respirar sin acudir a la segunda residencia. De hecho todavía hay muchos sevillanos que siguen sin poder hacerlo. Esto no es vida. No se pueden exigir más sacrificios. Cuánta dureza, tamaña falta de misericordia. ¡Menos mal que ya nos podemos mover algo dentro de Andalucía, gitana y mujer morena! Nos va a dar un soponcio, un sopitipando, un telele, un aire malo de no poder bajar a la arena de la playa, mientras nos retozamos en el mullido sofá, tenemos una oferta de centenares de películas a golpe de click, estamos hiperconectados, los supermercados y los bares abiertos, etcétera. Pero no, esto es una tortura. Esto lo han inventado para castigar a quienes tienen una segunda propiedad en localidades todavía cerradas. Ay, que la sociedad de consumo nos ha hecho débiles, muy frágiles, sin capacidad de resistencia alguna. Hemos perdido la noción del sacrificio en un contexto marcado por las comodidades y, sobre todo, por la creación de necesidades. Necesitar, lo que se dice necesitar, se necesitan pocas cosas y muy concretas. Pero la de acudir a la segunda residencia no figura entre ellas como si fuera un requisito imprescindible para vivir. Necesitamos que las vacunas demuestren su eficacia, eso sí. Pero no necesitamos estar en la calle hasta las tres de la madrugada todos los días. Necesitamos salir de dudas sobre la capacidad mortífera de las nuevas cepas. Necesitamos por conveniente aprender a convivir con el coronavirus poco a poco, porque no sabemos la fecha del fin de la pandemia. Pero no debemos entrar en una fase de angustia vital por no poder disfrutar del fútbol en el estadio. Hace tiempo que no estamos encerrados en casa, que podemos hacer muchas cosas, seguro que muchísimas más que nuestros abuelos en los años cuarenta y cincuenta. Con un poco de suerte viviremos un verano parecido al del año pasado, cuando se nos permitió viajar. Por eso dejen de dar la paliza con las necesidades que no lo son. Son cuestiones respetables, deseables, idóneas para vivir en la sociedad del confort, pero se puede pasar sin ellas durante tiempo. Ha hecho bien la Comunidad de Madrid en reconocer a los niños por su comportamiento en la pandemia. A la vista está que nuestros menores en Andalucía también están reaccionando muy bien, como se demuestra por la normalidad en los colegios. Tanto confort nos ha hecho vulnerables. Necesitamos ser más fuertes. En los niños de la pandemia está la esperanza de una sociedad mejor.
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