¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
¿Dónde está la ultraderecha?
Querido Cocker: te echo de menos. Ha pasado poco tiempo desde que al despedirnos ni siquiera quisiste levantarte de entre las macetas grandes de la entrada del porche. Pero, por poco tiempo que haya transcurrido, te echo de menos. Te imagino ya de nuevo en tu normalidad, con tus ratos de siesta larga a cualquier hora, tus buenos refregones en los setos, tus estupendos revolcones en el césped. Seré un recuerdo vago, pero quiero que sepas que tú para mí no. Has sido lo más destacado de este viajero vocacional e irredento que, por primera vez en bastante tiempo, no ha pateado casi nada, no ha descubierto casi nada, no ha completado casi nada.
Lo de fuera no deja mucho lugar para las sonrisas, así que te reconozco, y te lo agradezco muchísimo, como un bálsamo excepcional: ni malas noticias ni pocas esperanzas. Ese rato por la noche, muy de chillout, compartiendo palillos o picos, sentados los dos después de cenar, es algo que voy a recordar como bueno entre lo bueno, porque para lo malo no hago ni siquiera el esfuerzo de listar.
Fíjate, Cocker, si has sido generoso, que a los pocos minutos de conocernos ya me diste permiso para añadir a tu nombre normal el que para mí te completa, tal como yo te he visto, tal como me has dejado tratarte: John. Porque sí, porque es más chulo, te decía. Y tú, al final, creo que te has acostumbrado y lo has hecho tuyo. Tu pañuelo rojo al cuello y el gracejo de un elemento que se llama de una manera particular, Cocker John. Ahí es nada.
A ti esto te ha pillado mayor y a mí haciéndome viejo, amigo. Pero así son las cosas. No pasan cuando uno quiere, sino cuando tocan, pero cuando ocurren, algunas veces, y ésta es una de ellas, ya no puedes dejar de querer que hayan pasado. Preguntaré por ti, chulo, pero no es probable que te vea de nuevo. Supongo que te habrás adaptado a lo que es habitual y seré un paréntesis que, bueno, bien, distinto. A mí me vale, Cocker John, porque ese paréntesis que he vivido contigo cierra un párrafo y se abre a otro.
Ya me ves. A lo mío. Comienzo temporada con una columna que apenas se entenderá, sospecho. Pero me da igual, colega. Eres, con mucho, el recuerdo del verano de este frustrado 2020. Y hay que escribir de lo que importa porque fuera de esos pequeños momentos que hemos tenido la suerte de vivir, cada cual el suyo con su particular Cocker John o como se haya llamado su esperanza, solo está lo que habíamos dejado: la incompetencia, la tontería y el susto en el cuerpo. Nada. Al menos, nada nuevo. Por eso he decidido honrarte, amigo, porque en un desierto forzado has sido un oasis plácido.
No te diré que me leas porque no sabes, ya sé. Dale recuerdos a Tigre Jim y sigue adelante el camino que te quede, guapo. Sigue muy John. Yo recordaré el trozo que anduvimos. Para el resto, lo que resta empieza ahora. Y prometo explicarme. Así que, como siempre, de nuevo, si se quiere, nos leemos.
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