El balcón
Ignacio Martínez
Motos, se pica
la tribuna
HA sido ésta la primera vez, en todos los años que llevo tatuando de palabras esta vista aérea, que me he tomado un descanso, fiel y cumplidor como un reloj suizo, semana tras semana. Descanso obligado por los festivos de esta Navidad, no ha sido por decisión propia, y debo de reconocerles que no me ha sentado bien, que me he acordado más que mucho de mi periódico, de los lectores, de cuadrar palabras, de dejarme sentir, mucho o poco, pero dejarme sentir. No vuelvo con las pilas cargadas porque nunca he dejado que se me vacíen, prefiero la electricidad a la pausa y el nervio al recuerdo. Siempre ansioso y con los ojos bien abiertos. Comenzamos un nuevo año, capicúa y bisiesto, con el susto aún en el cuerpo, la sierra mecánica tiene repleto de carburante el depósito y amenaza con dejarnos tiritando, con el frío que ya estamos pasando; menuda guasa. Eso sí, el motivo, las excusas y las justificaciones han variado radicalmente. Hasta hace sólo dos meses las cosas se hacían por improvisación, por incapacidad o por simplemente fastidiar al personal y ahora se hacen por salvar a España. Recuperemos a los grandes autores del 98 y coloreemos la trágica sepia del XIX. Por esa supuesta salvación nos vamos a entregar con las manos atadas al degolladero, porque además han conseguido instaurar entre todos nosotros que todo lo que se haga, todo lo que se corte -con o sin anestesia-, es poco, que es necesario más, mucho más que cortar y extirpar, aunque renunciemos a lo que tanto nos ha costado construir; qué más da.
Como todos los años por estas fechas, prosigo con mi obsesión/pasión por curiosear en los contenedores de basura los embalajes de los regalos que nos han dejado los Reyes Magos. Y sí, siguen siendo sus majestades de Oriente los que colman nuestros deseos, y no su yerno, tal como se afirmaba en esa broma que circula por la Red a toda velocidad. Dicen que el regalo estrella han sido las tabletas, que ya no son de chocolate -qué buenas enterradas en una viena blanquita, sano adelanto al bollycao actual-, no, ahora son táctiles, porque en verdad se tratan de pequeños ordenadores sin teclado. Y la gente las lleva encima a modo de mariconera informática, y es que los tiempos cambian, o tal vez seamos nosotros los que cambiamos. Más tonterías que un mueble bar, le escuché a un mayor mientras contemplaba a su nieto tuiteando en su tableta de estreno. Ahora que hablamos de Twitter, menudo palo le ha pegado, con la inestimable colaboración del guasá -o como se llame-, a las operadoras de telefonía móvil. Puedo contar con los dedos de una mano los sms que he recibido estas finiquitadas navidades, que la crisis achucha y cualquier ayuda se agradece. Como les decía, los tiempos cambian, y como dijo la vicepresidenta -antes o después que su enlacado flequillo simpsoniano-, esto es el inicio del inicio. No quiero ni imaginar cómo puede llegar a ser el principio del fin, si es el que el fin cuenta con un principio. Fin es el que quieren escribir en la historia del libro papel, porque otro aparatejo que los Reyes Magos han repartido con desenfreno han sido los denominados libros electrónicos. Y como en nuestros mp3, o en nuestros discos duros, necesitamos que haya dos mil libros, ocho mil canciones, mil películas, aunque luego no tengamos tiempo para leerlos, escucharlas o verlas, que más da, lo importante es acumular y, sobre todo, contarlo. Síndrome de Diógenes contabilizado en megabytes.
Propósito de enmienda o promesas a cumplir/incumplir a lo largo del año. Aunque para promesas incumplidas ya tenemos más que buenos ejemplos, auténticos campeones, en los últimos días. Pues eso, comenzamos este 2012, que debe ser, al menos en Andalucía, un año con un marcado acento gaditano, que celebramos la Pepa. Tampoco nos olvidemos de las elecciones autonómicas, que determinarán si nos adherimos al azul que invade el país o si seguimos siendo la Galia española de izquierdas. Este bicentenario, las próximas elecciones, los recortes habidos y los que vendrán, las cajas de los regalos en los contenedores de basura, fabrican un cóctel tan extraño como sincero. Tiempos de sabores agridulces, revueltos y encontrados. Frente a este paisaje, comenzamos este nuevo año capicúa y bisiesto que, en gran medida, será como nosotros deseemos que sea. No pensemos que somos tan pequeñitos y débiles, cuando queremos, cuando lo deseamos con todas las fuerzas, podemos, claro que podemos. Así que, por lo menos, apúntese este propósito de enmienda: intentarlo.
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