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Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
EL ruido de los fuegos de artificio y el encendido del alumbrado indican que Córdoba se dispone a poner broche de oro a su festivo mes de mayo. En el Arenal, un año más, la feria cobra vida. Es todo tan artificioso que si miramos al pasado podemos comprobar, con añoranza, que el paso del tiempo ha desvirtuado este tipo de celebraciones. Los tiempos cambian, y lo que era la celebración de una fiesta religiosa, así como feria de compra y venta de ganados, se ha convertido en una fiesta donde el divertimento y los excesos son nota dominante en cada jornada.
Las ferias siempre tuvieron, y tienen les pese a quien les pese, estrecha relación con esta liturgia tan nuestra llamada tauromaquia. No hace falta más que repasar los carteles, algunos ajados, de tiempos pasados. En ellos, junto a las actividades y celebraciones, siempre se podía leer: corridas de toros. Y es que el toreo no podía estar ausente en los actos festivos de cualquier feria del país.
Así fue siempre. Córdoba no era menos. La tauromaquia siempre formó parte del programa de actos de la feria en honor -no lo olvidemos, nunca- de la Virgen de la Salud. Siempre hasta este año, cuando el Consistorio, que debe gobernar para todos los cordobeses, ha decidido ningunear el toreo una vez más. Un equipo de gobierno que en lugar de regir para todos lo hace contentando a la minoría que lo mantiene en el poder. Este año, cuando el programa oficial de feria llegue a manos de cualquier foráneo, éste no sabrá que en Córdoba, cuna del toreo, se celebran en su coso de Los Califas cuatro espectáculos taurinos con motivo de esa feria moderna que nos quieren vender algunos que confunden la pluralidad con el sectarismo más rancio y radical. Molesta pero no importa. El aficionado a los toros tiene las espaldas anchas. Tan anchas que de seguro no le importará que algún edil, sea del color que sea, ocupe el burladero de callejón reservado al Ayuntamiento. Tampoco, a pesar del vacío que están haciendo al toreo, cuando tenga que volver a votar dentro de tres años a los nuevos capitulares. Lo mismo porque piensa, tal vez inconscientemente, que el toreo es imperecedero y atemporal, mientras que la clase política siempre tiene fecha de caducidad.
A pesar de todo los toros están presentes en los actos de la feria un año más. Tal vez de una forma muy corta y fugaz, pero ahí están como siempre estuvieron. Córdoba tiene un estrecho vinculo con la tauromaquia. La historia está así escrita y es imborrable. Ahora solo hay que velar por seguir llenando páginas en un libro que últimamente escribe de forma breve y exigua. Córdoba necesita un revulsivo. Algo que mueva a sus gentes a volver a la plaza. Una plaza maltratada por intereses de dentro y de fuera. Es hora, ahora sería beneficioso, de que el destino nos cambie este hastío por algo grandioso.
Aún permanece en el recuerdo una etapa similar. De travesía por el desierto desde Cataluña llegó un mozo espigado y enjuto, que se transfiguraba con un junco divino ante los novillos. Un zagal que pronto enamoró a la afición cordobesa. Un chaval que hizo que el nombre de Córdoba figurase en los carteles de todas las ferias. Un mozuelo que creció a la sombra de Córdoba y que inundó con su tauromaquia, estética, bella y deslumbrante, toda una época. Lástima que su carácter y personalidad le impidiesen ganar la guerra; eso sí, las batallas en las que venció no se olvidarán jamás. Por todas esas batallas ganadas y páginas imborrables escritas en la historia de Córdoba, la ciudad tiene que volcarse el próximo sábado, cuando aquel mozuelo llegado de Cataluña celebrará sus bodas de plata en la profesión de matador de toros. Es la hora de mostrar el cariño y el reconocimiento a quien ha llenado estos años muchos recuerdos en el toreo, ya se sea partidario de su tauromaquia o no. Hay que ser agradecido y es hora de que Córdoba se vuelque con un torero.
El sábado de feria a las seis de la tarde, con permiso de la autoridad y si el tiempo no lo impide, las notas del pasodoble Manolete rasgarán y romperán el silencio en Ciudad Jardín, prologando un ritual ancestral y primigenio de nuestra cultura. En el dorado albero, el oficiante del rito, tras 25 años, volverá a cumplir con una tradición milenaria para mayor gloria del último rito ancestral y vivo de nuestra cultura.
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