Salvador Guitiérrez Solís

Cultura, esa palabra

La tribuna

10 de octubre 2016 - 01:00

A este paso, todos los que nos dedicamos a esa cosa de las letras, de los cuadros, de las películas, ya saben ustedes de lo que les hablo, esos que hacemos cosas para entretener a la gente, con novelas, poemas, conciertos o edificios, acabaremos siendo una especie en extinción y como los últimos bisontes europeos acabaremos en un refugio. Por un módico precio, y hasta puede que gratis, ya puestos, se nos podrá contemplar, que no admirar, feos y deformados de puro aburrimiento, contagiados de rutina e ignorancia, desde la distancia, a través de un grueso cristal. Aislados, que no protegidos, no confundamos los términos. Vaya que nos reproduzcamos o, peor aún, que contagiemos al resto de la sociedad, con lo que ha costado domesticarla y encauzarla por el buen camino. Hasta puede que acabemos como los bisontes de la reserva valenciana de Valdeserrillas, envenenados y decapitados. Llevado al extremo el infalible método de Walking Dead para impedir la propagación de la pandemia zombi. Las palabras de Lorca, reivindicando pan y libros en la inauguración de la biblioteca de su pueblo natal, Fuente Vaqueros, se difuminaron en la sibilina sonrisa de Wert, antes de perderse en asuntos de Estado en su prejubilación parisina de alto standing. En la capital francesa, entre cruasanes y queso azul, entre paseos por Montmartre y largas lecturas de Le Monde, disfruta de esa cosa que hacemos los que escribimos libros, o filmamos películas o pintamos cuadros, porque allí, a pesar de haber tenido y padecido una crisis económica similar, con su paro y sus impuestos, la palabra Cultura sigue existiendo. Aquí, en España, ya no.

Tras dejarla sin presupuesto, primero, a continuación procedieron a vaciarla de significado. ¿A quién le interesa? Termina la faena ese ministro de la cosa con sonoridad y estética aristocrática, que por algo es el noveno Barón de Claret, llamado Méndez de Vigo, que junto al inefable Montoro, emperador primero del asutericidio en primer grado, ejecutando la demolición de la cosa, con soltura y eficiencia, mientras el confeti se desparrama en la entrada de la Audiencia Nacional. Y es que compraron tantos y tantos kilos, Mato y su ex, el señor del Jaguar, que aún siguen alfombrando de confeti por donde pasan. Una primera estimación señala que los señores, personajes, damas y maleantes implicados en la conocida trama Gürtel se embolsaron más de mil millones de dinero público. Así, grosso modo, que ahí no está contabilizada la chatarrilla, los dame veinte mil euros por una campañita a cambio de una licencia y los prepara un seis por ciento si te quieres quedar con esa obra, no, hablamos de las grandes cifras. Retomo a Lorca, ese poeta que sigue mal enterrado y que nunca será olvidado, ¿cuántos bocadillos, de pan bueno y tierno, y cuántos libros podríamos haber comprado con esos mil millones? ¿Cuántas bibliotecas habrían abierto sus puertas, cuántas las exposiciones inauguradas, cuántas las becas concedidas, cuantas las oportunidades ofrecidas y hasta puede que aprovechadas? Pero es que la Gürtel somos todos y entre todos la estamos pagando. Y nadie nos ofrecerá ni las migajas del bocadillo y el libro proseguirá con su irrazonable IVA. La contabilidad de la moral, sí, esa que permanece oculta bajo la fosa de la avaricia y del delito.

No me ha sorprendido en absoluto que las partidas presupuestarias destinadas al Cervantes y a los premios nacionales de la cosa esa a la que nos dedicamos escritores, cineastas, pintores y demás rufianes estén pintadas de un blanco muy superior al de la camiseta del Madrid de mis amores, y es que a estas alturas ya no me sorprende nada de lo que Rajoy & cía. puedan hacer al respecto y en todo lo demás. Lo que me sorprende, y mucho, me estremece, es que alguien en este país nuestro se sorprenda porque los británicos hayan votado a favor del Brexit y que en Colombia haya ganado el NO en el proceso de paz, después de lo votado aquí, sí, aquí. El que respete el resultado, porque lo respeto, ya que es el resultado de la Democracia, no impide que me sorprenda, tal y como me sorprenden otros resultados electorales. De la misma manera que me sorprende, y hasta me quema en las entrañas, que contemplemos con absoluta indiferencia este derribo, sistematizado y premeditado, de esa cosa que quieren vaciar de significado, y también de presupuesto, y que, aunque haya quien no lo crea, nos hace mejores y, sobre todo, libres. Cultura, recuerde su nombre.

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