Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Enfrentamos el asunto de los derechos humanos, y su especial relación con el racismo, de una manera demasiado heroica. Me voy a explicar. Nuestro país se tiene, nos tenemos, por uno abierto, integrador y solidario. Es cierto. Si realizamos una encuesta a nuestro alrededor es bastante probable que los resultados arrojen un arcádico paisaje de amor y paz: la inmensa mayoría se declarará no-racista con claridad y además repudiará comportamientos evidentemente discriminatorios, que sucederán en otros lugares, posiblemente, pero no aquí. Si bajamos al detalle, la cosa es bastante menos firme. Nuestros comportamientos basculan entre la negación total del racismo y la torpe entrega de posiciones jurídico-políticas, muy consagradas en nuestras democracias, en el altar de un antirracismo equivocado.
No somos racistas, pero hay minorías, extremadamente minoritarias, que casi no tienen presencia en nuestro país actualmente, y que conservan un lastre racista específico, el antisemitismo, hasta en las expresiones coloquiales despectivas, perro judío. No somos racistas, pero nos sorprenden las reuniones de los viernes para rezar de algunas personas y es poco menos que una conquista nueva, moros de mierda. No somos racistas, pero al llevar un pedido de internet a una casa en Sevilla, por ejemplo, de un barrio medio, al azar, le preguntan a la mujer nigeriana que abre la puerta de su casa si está la señora, ¿en qué semáforo venderá pañuelos el negro que esté con ella? No somos racistas, pero nos sorprendemos cuando nos dicen que el abogado que nos ha llevado el juicio, la médica que nos ha puesto el catéter, el juez que ha dictado la sentencia, es gitano, gitana, gitanaco, vaya, en trabajo de payo. No somos racistas, pero a la diez de la noche, después de comprar chucherías en el chino para la película, salimos diciendo qué barbaridad con estos que no descansan nunca. No somos racistas, pero menos mal que los sudamericanos que vienen hablan español y son cristianos. Pero no somos racistas.
Y, claro, tampoco somos racistas porque nos salen como setas tontos del bote, que confunden el culo con las témporas, y sostienen que la integración en una sociedad, el respeto a los derechos humanos que es base de nuestra democracia occidental, debe tolerar, por ejemplo, un matrimonio concertado, el cuestionamiento de las bases cívicas de nuestra convivencia, el derecho religioso por encima del positivo o, vete a saber, si la ablación del clítoris, porque eso es cultural. Somos como somos. Tenemos un sistema jurídico y social que preserva los derechos, que hay que defender y proteger sin complejos, porque, aunque quepa cualquier persona, no caben todos los comportamientos, desde luego, no aquellos que conculquen derechos fundamentales, y nuestras sociedades son, y lo serán más en el futuro, mixtas, plurales y poliédricas, racialmente humanas. Desafío de razón, tolerancia y rigor. Exacto, justo lo que tenemos.
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